27 agosto, 2006

La caída

Reza un proverbio popular que “Todo tiene un límite”. Las cosas y también las personas. Y Ferrante, por más que para muchos no encaje en ninguna clasificación ordinaria, tampoco pudo escapar a ese aforismo.

Demian continuaba residiendo en Argentina sin domicilio ni trabajo fijos. De pensión en pensión, y debatiéndose permanentemente entre fracaso y fracaso, cualquiera fuere la disciplina artística que encarara.

Ferrante veía que su humanidad flaqueaba, que la voluntad y la paciencia que lo acompañaron y dieron vida a su entrañable sonrisa, habían encontrado dos poderosos enemigos por delante: el hastío y el cansancio.

El flagelo de la droga y el alcohol volvieron a aparecer, en medio de una noche, cuando se dijo “querer divertirse a lo grande.... a lo grande como yo!!”, y dirigirse a una bailanta del Once porteño, donde actuaba el conocido Pocho La Pantera, por aquellos días, proclive a cuanto vicio tuviera a mano.

Por aquel entonces, Demian lucía un voluminoso peinado afro, muy ochentoso, que lo hacía parecer muchos años más joven, aún cuando en realidad ya había pasado los 50. Pensó en una entrada triunfal, y se animó a acercarse al DJ para que por el micrófono anunciara su presencia. Dos personas de seguridad, de los llamados “patovicas” se le acercaron y lo manosearon para ver si estaba armado. Su actitud avasalladora, su look y vestimenta, crearon sospechas de que se tratara de un borracho (muy habitual por esa zona) o un carterista.

A la voz de “... a mi no me toquen, soy Ferrante!” (muy habitual en él antes de recibir una golpiza), se zafó de los gorilas y comenzó a danzar desenfrenadamente, contagiando a la concurrencia con un paso característico de su Tumbes natal, el “Guarimbango”, algo así como el “pan y queso”, pero aleteando los brazos como un pájaro, a la vez que se menea la cabeza como cuando uno desea descontracturarse.

Quien cantaba era el mismísimo Pocho, y el tema que sonaba y causaba conmoción al paso de Ferrante, no era otro que “El hijo de Cuca”. Pocho quedó deslumbrado por el carisma místico de ese danzarín frenético que era Ferrante, y lo convocó a que subiera con él al escenario (1).

Ferrante, en trance, similar al que lo atacó en otras oportunidades (McDonalds, Saibaba, Tony Kamo), aceptó la invitación y robó parte del canto a Pocho, especialmente en la parte que decía “El hijo de Cuca”, lo que fue mal interpretado por Demian, quien en su lugar repetía “El hijo de p....”, o sea la mala palabra que ustedes imaginarán, pero que no escribo en este Blog por temor a que se cierre por obsceno.

Además, Demian acompañaba aquel estribillo “provocando” a quienes bailaban. Como si esa cantinela fuera dirigida especialmente a ellos. Empinando el tetra entre frase y frase, con los ojos desorbitados como Maradona en el ’94 después del gol a Nigeria, y señalándose los genitales en forma rítmica y desafiante, Ferrante empezó al caldear los ánimos y el descontrol hizo presa del lugar.

Pocho, aún dado vuelta, advirtió lo temeraria de la situación, y ordenó parar la música de golpe, dejando a los presentes con el último grito en boca: “Te vamo a reventar, te vamo a reven...!!". Todos ya estaban a punto de boxear a Ferrante quien, en su estado, confundía ese principio de rebelión popular en su contra, con una celebración en su favor debido a sus dotes de bailarín.

Lo tomó de un brazo a Ferrante y lo sacó por la puerta trasera. Allí, esperaba a Pocho una hermosa limusina negra, con dos tremendas bebotas rubias adentro – Sandra y Carla - bebiendo champagne y pintándose con una especie de azúcar impalpable los labios.

“Vení Ferrante, vení a ver lo que es vida!!”, gritó el Pocho, mientras se abalanzaba sobre una de ellas, y la otra comenzaba a desvestir a Demian. La Pantera le dijo a quien estaba con el peruano: “..Che, tenele piedad, no lo lastimes, mirá que no es un pibe!”, a lo que contestó con una voz ronca y profunda: “Dejámelo a mí Pocho... no sabés quién soy?”.

“Uy!!!, qué lo parió”, gritó el Pocho, pero ya era tarde. Ferrante había empezado a darle, y su “compañera”, mientras gemía, comenzaba a sacar del bolso unos potes cremosos y artefactos que semejaban algo así como un matafuegos.

La mañana encontró a Ferrante dolorido (2), en la sala de guardia del Hospital Durand (ya era la segunda o tercera vez que caía allí). Entre las enfermeras era famoso, y siempre le pedían que les escribiera algún poema, a lo que Demian accedía de buena gana. Pero esta vez, no le pidieron nada.... lloraban desconsoladamente, mientras veían a Demian desnudo, boca abajo sobre la camilla: “... No se preocupe, maestro.... pronto se va a curar y va a volver a sentarse”.

Recién en ese momento, Demian tomó cuenta de su estado y de lo que había ocurrido. Especialmente, cuando en un doloroso giro de su cabeza, vio a Carla entre los que estaban a su lado, pero sin la peluca rubia que llevaba puesta la noche anterior.

Se dice que fue ese día el que Pocho reflexionó que así su vida no podía seguir. Que debía buscar una salida para él y para sus más íntimos. Y entre esos íntimos se encontraría Ferrante, a quien desde aquel entonces Pocho se entregó de lleno para pagar de a poco la deuda que, por su culpa, le produjo tanto daño y dolor. La foto que ilustra esta entrada, es una prueba de esa amistad.

(1). Se dice que ahí mismo Pocho le convidó con una mercancía, trayéndolo de regreso al flagelo de su pasado. Otros dicen que Ferrante ya venía tocado, con talco fino o vino común, pero tocado.

(2). Pronóstico reservado. Fisuras

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