21 julio, 2013

Ferrante Kramer en el cine: “El western que no fue” – Parte 1/4



A lo largo de su dilatadísima carrera artística, quizás haya sido ésta, la historia de hoy, la que más contribuyó a formar a Ferrante Kramer en el hombre dúctil y abierto que es. 

Una especie en sí misma, un ser único e irrepetible, que tenía prohibido el “NO” como regla de vida... Un corajudo impertinen que enfrentaba los desafíos que se le presentaban, entregado abierto como una flor.

Todos sabemos de las incursiones del peruano en el cine, allá por mediados de los años ’60, junto a Sergio Leone, o más acá, con Ford Coppola -El padrino- y Scorssese -La Biblia Peruana (aún no filmada)-.

Pero lo que pocos conocen es la “oportunidad perdida” de Demian en estas lides. La pantalla grande nos privó de lo que pudo haber sido su “consagración” artística...

Pero ha quedado el esfuerzo de aquella participación suya. Ha quedado la memoria; los testimonios que hoy nos permiten con orgullo construir este hermoso relato de la trayectoria del Peruano Dorado en Hollywood. Corría el año 1960 cuando...

... la industria del cine estadounidense estaba abocada a realizar el “western de la historia”. Una película que con el correr de los años se constituyera en un clásico. Y a la vista de lo que resultó aquella iniciativa, vaya que logró su cometido...

Desde el vamos, el filme habló por si mismo. Habían elegido a Anthony Mann, uno de los más prestigiosos directores de la época, y se barajaban para el reparto nombres como Glenn Ford, María Schell, Anne Baxter, Vic Morrow y David Opatoshu, figuras estelares de aquel momento glorioso del cine estadounidense.

Ferrante Kramer se encontraba recién llegado a los Estados Unidos, y el destino lo había llevado a trabajar como “clarkista” de los grandes estudios de la Metro Goldwyn Mayer ( MGM, la del león). Su trabajo consistía en el traslado de los decorados, vestuario y cuanto elemento se utilizaba en la ornamentación de los sets de filmación.

El hecho de ir de acá para allá, sumado a su habitual simpatía, lo convirtieron en poco tiempo en casi “una mascota” de los directores y actores de la época. “Peruco, vení, sosteneme esto”, “Me vas a comprar cigarrillos, peruano?... El vuelto es para vos!”, “Me hacés un favor, me atás los cordones?” o “Me tocás el pito? (esto último referido al pitido que se estilaba al finalizar la jornada de trabajo), eran  frases aparentemente serviles y humillantes que en realidad escondían el verdadero cariño que en el fondo sentía aquella gente por Demian.

Todos querían al peruano, nadie lo ocultaba... Y muchas veces pensaban en él como parte de ese “gran circo” que es Hollywood -acaso por su actitud payasesca y su proclividad al ridículo-, pero no encontraban la manera de brindarle esa oportunidad.

Hasta que un día, de esos mágicos que caracterizaron siempre la vida del Peruano Dorado, la puerta pareció abrírsele... Por casualidad... O porque alguien desde arriba estaba moviendo los hilos de ese títere tumbesino y le indicara qué movimientos debía hacer, Demian cometió el error de atropellar con su clark a Ned Kirby, un doble de riesgo, incapacitándolo por más de 120 días (casi le cortó los pies).

“Cimarrón”, así el nombre del western que marcó una era en el cine yanqui, se encontraba a medio filmar, y Kirby era irremplazable. Era el encargado de montar bravíos corceles sin montura; sin trucos... Kirby era la sensación de las escenas haciendo lucir a Glen Ford, a quien doblaba magistralmente. Y por culpa de Demian, todo se había derrumbado.

A partir de aquella trágica jornada, todos en el set, principalmente el director del filme, Anthony Mann, comenzaron a ver en Demian a un enemigo, al culpable de la catástrofe. Glen Ford le tomó un odio indescriptible. David Opatoshu, no podía siquiera escuchar su nombre. Y Vic Morrow, el que fuera luego el famoso Sargento Sounders de la serie Combate, hasta quiso estrangularlo.

La película estaba literalmente parada, no había un ser sobre la tierra con las habilidades de Kirby. O al menos eso se creía hasta que se escuchó aquella voz:

- “Yo sé algo de caballos... En mi pueblo, tuve una larga experiencia con todo tipo de animalitos”

Era Demian, quien viendo que con el correr de los días cada vez más personas lo miraban con ganas de matarlo, decidió ponerle el cuerpo a la cosa... Lástima que nada supiera de montar a caballo, ni se le pareciera en lo más mínimo a Glen Ford....

Continuará…