18 mayo, 2012

Un hecho que pudo haber cambiado al mundo – Primera parte

Corría el año 1951. Demian no había cumplido aún los 18 años, pero en su hogar ya se manifestaban los primeros síntomas de enfrentamiento con su hermano Dionisio, el mayor de los Ferrante Kramer.

Duilio y Danilo, menores que él, no eran el problema. Se llevaba muy bien con ellos, y era común verlo por su pueblo natal, Tumbes, cargando al hombro a sus dos pequeños hermanos de 14 y 10 años, para llevarlos al colegio, distante apenas unas 6 millas de donde vivían.

Demian no renegaba de la vida que le había tocado, pero sabía que mientras estuviera junto a Dionisio, jamás tendría voz ni voto en la casa. Dionisio ocupaba el centro de la escena, y no quería relegarlo. Bastante había tenido, decía “... Con la venida de éste”, refiriéndose a Demian (para los poco memoriosos, recordamos que es probable que toda la mala suerte del Peruano Dorado no sea más que el resultado de un complot familiar encabezado por su hermano Dionisio, quien nunca pudo aceptar la llegada de Demian a este mundo).

Por la cabeza de Demian ya se había instalado la idea de partir hacia los EE.UU. en busca de mejor suerte. No habían aún aflorado en su interior esa inclinación por lo artístico -en general-, ni por la literatura -en particular- que todos conoceríamos años más tarde. Sin embargo, cualquiera haya sido el sueño del peruano por aquel tiempo, existiera o estuviera tan solo en su imaginación, el problema era otro: la falta de dinero.

Por aquel entonces, Tumbes no era el lugar paradisíaco que es hoy en día, y el trabajo escaseaba. A duras penas, Doroteo, su padre, sostenía la casa trayendo lo poco que hacía durante la noche; era habitual verlo quejarse de los fuertes dolores de columna que padecía por tener que soportar por horas estar calzado sobre aquellos “zapatos de taco alto” con los que se ganaba la vida, y que Demian tanto añoraría en su adultez.

No había muchas salidas, es cierto. Y mucho menos, lícitas.

Y esa fue la razón por la que Demian decidió encontrar soluciones al margen de lo “establecido”. Quería salirse de esa pobre vida de esclavo, pero para lograrlo había que “entrar en la mala vida, al menos por una vez”-decía-; la cuestión era lograr “una buena suma y largarse del lugar para siempre”.

La tentación vino de la mano de Edmundo Carlés, un peruano como él, pero de Iquitos, que intentaba cooptar voluntades para su empresa: el robo de camiones blindados….

Continuará…