Por Casimiro Arena
Hace unos días, mi hija de 12 años que asiste a la secundaria, me comentó que necesitaba de mi ayuda para hacer un trabajo práctico sobre Colón y el Descubrimiento de América. Pero no lo de siempre con las 3 carabelas, el grito de Rodrigo de Triana o los Reyes de España.
Ella quería hablar de otra cosa. De cómo fue la conquista, si hubo resistencia, quiénes eran los habitantes por estos lares... Como yo de eso sé poco y nada, me dirigí a la Biblioteca del Congreso para ver si había material al respecto.
Cuando mostré el carnet que me acreditaba como periodista y les comenté que era biógrafo de Ferrante Kramer, me miraron con recelo y hasta creo que intentaron retacearme la información. Como insistí en llegar más arriba si no me facilitaban la cosa, terminaron haciendo lo contrario y me dieron más libros de los que podría leer en un año. Sin chistar, acepté las reglas de juego, me senté, y comencé a abrir diarios, revistas y documentación que llegaba casi a principios del siglo 16.
Con toneladas de información sobre la mesa, y sin saber por dónde empezar, me dije “Relájate”... y me encomendé a los dioses, mejor dicho a un TA-TE-TI que me indicó que comenzara por aquel cuadernillo con tapas de tela bordó titulado “Desembarco y primeras postales de América”. Era un documento viejísimo, reproducción de un original de 1540, con dibujos, pinturas y notas de aquellos tiempos.
Lo que leí y vi me partió la cabeza. Era como si el destino se empecinara en ligarme al “Maestro” en cada rincón del universo. Fue en ese momento que comprendí la razón del retaceo de la información por parte de los bibliotecarios, y de sus constantes miradas, que se acrecentaron en el preciso instante en que mi rostro seguramente cambió, ante el asombro que producían en mí aquellas imágenes.
Estaba viendo la reproducción de un lienzo pintado por Arturo San Sebastián, en 1492, quien reprodujo la escena del desembarco, allí mismo donde los “Ferrandíes” – sí, ferrandíes, así como lo están leyendo – recibían a Colón como si fuera un dios.
“Esas caritas!”, me dije... “¡Se le parecen tanto!”, agregué... No podía dar crédito a que fuera cierto. Empecé a leer como loco, y allí me di cuenta que la caja de Pandora recién se abría.
Los espejitos de colores que dice la historia le entregaron a los indios a cambio de oro y plata, no fueron tales. Hubo espejitos, sí... Pero también cremas, pinturas para la cara y labios, plumas, taparrabos muy parecidos a las minifaldas de los años 60, aritos parecidos a los que se usan hoy en “piercing”... “... Les gustaba mucho pintarse y vestirse con nuestros regalos”, se podía leer en el epígrafe.
Y lo peor no sería aquello. En otra foto había imágenes de instrumentos con formas de plátanos, berenjenas y ancos, pero de madera, junto al siguiente comentario: “... Se encontraron en un cementerio, enterrados junto a los cuerpos de los ferrandíes, ubicados entre las piernas a la altura de la pelvis, lo que prueba que se encontraban en su interior al momento del deceso”.
Y continuaba: “... Son casi lampiños, de piel suave, y no se les puede distinguir entre hombre o mujer a simple vista, nos consta..”; “... Los hombres tienen los huevitos contraídos, como arvejillas... Parecen eunucos, y el miembro viril no les alcanza al tamaño de una aceituna (1)... “.. Son sumisos y obedientes, de cálido y tierno paladar, y presentan una malformación en su dentadura. Tanto en la hilera superior como en la inferior, les faltan los 3 dientes centrales, lo que hace que presenten como una graciosa RANURA que muchos de los que estamos aquí ya entendimos qué finalidad cumple”.
Más adelante, el libro citó algo que profundizaría aún más mi desconcierto e interés: “Algunos de ellos, huyeron hacia el norte”.
En ese preciso momento vi sobre la mesa el libro “Las civilizaciones nuevas del Perú”, de Arturo de las Puestas, y automáticamente lo vinculé con lo que había leído.
Fue así que constaté la aparición de los “Kramerinos” en el año 1494, indígenas provenientes del sur de América, que según contaba el texto: “... Presentaban una ranura entre sus dientes, y tenían por costumbre taparse la boca con una mano y las sentaderas con la otra ante la presencia de un extraño..... Parece ser una forma de saludo, aunque la carita de miedo que tienen nos indica lo contrario!.... Nos llama la atención que sean tan lampiños, su piel suave y que no se les distingue bien el sexo, nos consta ....” .
Ambas tribus “Ferrandíes” y “Kramerinos” se extinguieron a decir de los autores por su incapacidad para reproducirse o porque los “conquistadores” y sus prácticas habrían terminado por transformales el gusto hacia una sexualidad diferente.
El último de los Ferrandíes data del año 1568. Fue el anciano “Bufalo sentado” (También llamado Bufa Sentado), y era conocido por ofrecer “dulces” (actuales golosinas) a quienes accedieran a hacerle compañía por las noches.
Volví a casa decepcionado y sorprendido. “¿Seremos todos Ferrante Kramer?”, pensé.
Mi hija, al verme llegar, me preguntó: “Papá, encontraste algo nuevo?”. “Si hija... Colón y los suyos eran mala gente, y Demian Ferrante Kramer y sus ancestros, otras de las tantas víctimas del sometimiento latinoamericano”, le respondí.
Ahora entiendo el porqué de la “mala suerte” del peruano: Es él mismo quien la busca, lo hace a propósito. A los que tienen buena suerte les dicen “Culo roto”, no?. Bueno, creo que la mala suerte es un seguro de castidad (2) para el “Maestro”.
(1). Negra. La aceituna verde fue descubierta en 1832, en La Rioja, Argentina.
(2). La Fundación DFK dice: dejemos que Casimiro piense que es así.
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