22 octubre, 2006

Ferrante y el pilates: "The true story"

No en vano, en otras entradas de este Blog se hizo mención del estado físico de Ferrante, y en particular de su cuerpo, como paradigmas dignos de elogio y respeto. Su capacidad aeróbica, demostrada en el programa de TV “Los 8 magníficos”, su poderío sexual bipolar sin restricciones, y hasta su esbeltez y juventud perennes, no fueron un regalo del cielo, sino el resultado de años de esfuerzo junto a su mentor: Joseph Pilates.

En una época de su vida que podríamos situar entre su famoso encuentro con Jim Morrison y fines de los años ’70, Demian se deslomó haciendo pilates en el gimnasio de su amigo Joseph, a punto tal de convertirse en la atracción del lugar y en casi “socio” del afamado cultor físico.

Esa posición de privilegio lograda por Ferrante, jugó de alguna manera en contra de los objetivos de Joseph, quien a esa altura ya comenzaba a arrepentirse del afecto y confianza depositados en el peruano. Al final de cuentas, él, que era el dueño del proyecto y del método Pilates, paracía un empleado.

Sin embargo, el climax de discordia no alcanzaría su esplendor sino hasta que un tema ríspido se puso en juego: “Las Mujeres”. Poco a poco, la clientela del lugar – mayoritariamente de sexo femenino – comenzó a demostrar preferencia por Ferrante, y un claro desprecio por quien fuera el creador y alma mater del método.

Fue en ese momento y no antes, cuando la cizaña y la envidia comenzaron a hacer su trabajo infame: destruir el lazo de unión que por años, alumno y discípulo, habían construido con tanto amor y empeño... Otra vez los hechos honraban la célebre frase: "Tira más un pelo de concha que una yunta de bueyes”.

Aquel día, Pilates, bastante mayor que Demian, ya no soportaría verlo más en sus vanidosas poses ganadoras marcando abdomen; ya no toleraría escuchar sus permanentes desafíos: “... Mirá los bíceps que tengo!”; ya no resistiría presenciar toda esa seducción puesta al servicio de un público femenino ávido de festejarlo con sonrisas y besos. Pilates estaba lleno de odio, y pensó en tramar un plan siniestro para recuperar el sitial que había perdido.

El plan lo llevaría a cabo en su propio gimnasio, y nadie debería darse cuenta de ello. Tenía que llegar a Demian cuando estuviera solo. No quería testigos. Nadie podría acusarlo de nada, solamente Demian ... Pero ya sería tarde para él.

Cada vez que pensaba en su plan, como flashes aparecían dentro de su cabeza las imágenes de un Ferrante sonriente, junto a las que hasta hacía poco habían sido sus discípulas. Demian las tenía a todas con él: casadas, solteras, embarazadas, de cualquier edad.

“¡Cómo no me di cuenta!... se preguntaba. “Le di todo, le abrí las puertas, y el ingrato me paga así, desplazándome.... Yo le voy a enseñar quién manda aquí”, se repetía una y otra vez con profunda ira y enojo.

En una semana, Pilates ya había pergeñado toda su maniobra. Y la comenzaría a implementar de inmediato.

“Demian, el próximo lunes necesito hablar con vos, pero luego del cierre del gym... algún problema?”... “No, Joseph, ninguno”, respondió Demian, y convinieron que el encuentro sería en la zona de las colchonetas.

La mañana de ese día, Pilates le dijo a su secretaria que debía ausentarse para hacer una compras, que vendría pronto. Se dirigió a una ferretería, lejos del gimnasio, seguramente para que no lo conocieran, y adquirió cinta adhesiva para embalaje. Luego, en una farmacia compró una pequeña botella de cloroformo y xilocaína. Posteriormente, en una tienda de licores adquirió whisky... “Del mejor”, le solicitó a la empleada. Finalmente, se dirigió a una Agencia de Viajes, donde contrató un pack a Egipto.

La jornada se desarrolló con total normalidad, aunque Pilates se mantuvo más callado de lo habitual. Ni bien se hubo retirado el último de los clientes del gimnasio, y en medio de un profundo silencio, se escuchó la voz de Ferrante: “Joseph, donde estás?”, la que no obtuvo eco alguno de su amigo.

Como ya se había hecho la hora convenida, Demian decidió dirigirse directamente al sector de las colchonetas para hablar con él. Pero al atravesar la puerta de entrada, se encontró con algo inesperado: alguien lo sujetó por la espalda y puso un trapo mojado sobre su cara. Acto seguido, caería inconsciente víctima del cloroformo.

Cuando el “Maestro” despertó, no podía comprender lo que ocurría, pero presentía que algo malo habría de sucederle. Pilates, otrora dueño absoluto del lugar, lo había maniatado con la cinta adhesiva y balanceaba por encima de él la botella de whisky que llevaba en su mano. Se le acercó e hincó sus rodillas sobre el torso del peruano, haciendo una presión tremenda que le estaba cortando la respirración. Se sirvió un vaso de la bebida, y llenó otra copa, como para el “brindis final”, el de la muerte.

Retiró de un tirón la cinta adhesiva que cubría los labios de Ferrante y, al verlos morados como uvas y con aquel brillo esplendoroso, Pilates perdió el control y le comió la boca por casi diez minutos. Ferrante, inmóvil y atado de pies y manos, no pudo resistirse.

En un creciente fuera de sí Joseph intercalaba profundos y repetidos besos con acusaciones de haberlo desplazado “... Por unas chirusitas, amas de casa desesperadas”; que él también se encontraba “...Solo y desesperado”, y que lo acompañara Egipto para olvidar lo ocurrido.

Gracias a ese destino afortunado de Ferrante, la escena fue interrumpida por una alumna que había olvidado sus aparatos, quien al ver lo que sucedía llamó a la policía, evitando así un drama pasional mayúsculo. Las autoridades llegaron justo a tiempo... Joseph ya había desvestido a Demian y volteado cara abajo, y se disponía a abrir el pomo de xilocaína.

Los detractores de Ferrante Kramer aseguran que la historia entre él y Pilates venía de larga data, y que Demian aprovechó la ocasión para denunciarlo por “Abuso Sexual” y quedarse así con el gimnasio. Quienes lo defienden, cada vez menos, coinciden, pero agregan que el “Pomo de xilocaína estaba vacío al llegar los agentes del orden”.

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