Creemos que este espacio ha dado más que suficientes pruebas de la natural inclinación de Ferrante Kramer por socorrer al prójimo. De su solidaridad con el desvalido, de su siempre dispuesta mano, allí, donde otros no se animan. Pero, quizás ninguna otra historia dé cuenta de ello como ésta, la que hoy nos convoca, por el sesgo heroico que tomó, y su particular desenlace.
El relato se remonta a una tarde de verano, allá por enero de 1998. Con más de 39 grados a la sombra, la calle era un infierno, y el local de McDonalds de Olivos al que sin motivo aparente había ingresado Demian, también. No funcionaba el aire acondicionado, y los pocos que estaban dentro no se esperaban lo que vendría.
La situación los tomó por sorpresa. Al grito de: “Al piso, esto es un robo”, de pronto, como salidos de una galera, irrumpieron tres encapuchados armados hasta los dientes. La orden de los maleantes - al principio tomada como la queja de uno de los clientes por los precios de los combos - enseguida fue interpretada por los presentes, que se echaron al suelo en medio de murmullos y llantos.
“Cállense gallinas, maricas!”, vociferó uno de ellos, mientras el más bajito le decía al pibe de la caja: “La guita, o te mato!”. Más allá de lo que aparentaba, la situación parecía estar controlada. Sin embargo, nadie sabía que la alarma dada a la policía por el parrillero, cambiaría en breve el escenario.
Cuando todo parecía indicar que los ladrones se preparaban ya para salir, la aparición de un patrullero en la puerta lo echó todo a perder... En un abrir y cerrar de ojos, los delincuentes claurusaron la entrada y tomaron a tres de los clientes como escudos, amenazándolos con sus armas.
Sin embargo, en medio de la confusión, nadie se había percatado de un detalle: Demian continuaba de pie, no había obedecido la orden.
Uno de los hampones, al verlo, le increpó: “Vos también al piso, salame... O no escuchaste!”. La testigo Angélica Listorti, que observó la actitud de Ferrante, afirmaría: “Ese tipo tenía una cara especial, parecía como si se trajera algo entre manos, nos ponía nerviosos a todos”, opinión ésta que coincide con la de Renato Ganza, vecino de Martelli y rehén él también, quien agregaría: “Transpiraba como loco, como si estuviera enfermo... y nos hacía señas que no comprendíamos, como si quisiera que lo ayudáramos a hacer algo ... pero no se entendía qué”.
Lo cierto es que Ferrante no obedeció, y respondió algo que desconcertó a los criminales: “Y si comemos algo?... Yo me encargo de las hamburguesas, quieren?”. Habrá sido por lo descolgado de la propuesta o porque Demian comenzaba (¿sin saberlo?) a controlar la escena, que uno de los chorros le dijo “Está bien, hacete algo bolita”, confundiendo su acento peruano con el boliviano.
A lo que Demian, sin inmutarse por el fallido del criminal, le retrucó al toque: “Está bien, pero por qué no largás a esta gente y nos quedamos solamente nosotros?” (1). Lo que podría haber sido el inicio de una tragedia – ya que la propuesta de Demian sonaba casi como una provocación - termino siendo “Como un consejo para los ladrones”, al decir de uno de los clientes liberados... “Era como si este tipo de barba los estuviera llevando por donde él quería, muy hábilmente”.
A los 20 minutos, y ya con las hamburguesas casi listas, apenas quedaban los 3 ladrones, Demian y un rehén más. Las sugerencias de Ferrante habían logrado que nueve de ellos fueran soltados por los matones.
“El que más comíó fue el barbudo”, aseguraría en un reportaje otro cliente liberado... “Debe haberse comido más de 15 hamburguesas, parecía un muerto de hambre, y las cargaba con abundante ketchup, mayonesa y salsas picantes”.
En tanto, y mientran los altoparlantes de la policía continuaban invitando a los delincuentes a rendirse, las comunicaciones por handy se interumpían. Todos estaban desorientados, nerviosos... El interior del local era un misterio.
Pero de pronto, cuando menos se esperaba, los tres maleantes arrojarían sus armas a la calle y saldrían corriendo del local. Con las manos en alto y a la voz de: “No tiren, no tiren... ese tipo nos quiere matar!!”, se abalanzarían sobre los agentes de seguridad, quebrados en llanto, y agitados como si les faltara el aire.
No se los veía lastimados, sólo aterrorizados como si hubieran visto a un fantasma. Atónitos, los agentes del orden se miraban entre sí, intuyendo que aquel hombre dentro del local tenía la respuesta. Súbitamente, una extraña aprensión se apoderó también de ellos.
Lo último que captaron las cámaras de todos los canales de TV aquel día, fue la salida de Ferrante Kramer del local de McDonalds, y sus palabras “Está todo controlado, pero ingresen con cautela, hay una persona desmayada por los gases.”
A partir de aquí, surgieron más de una versión acerca de lo ocurrido dentro del local, de la actuación de Demian, de lo que sucedió y desencadenó la historia hacia aquel final que nadie esperaba. De todas formas, todos recordamos las imágenes de aquel día, las que mostraban a un Demian distendido, alivianado, saliendo del McDonalds y conversando con los medios que rotulaban la transmisión televisiva con “El poeta héroe de Olivos”.
Los que están con Ferrante a muerte, aseguran que “El maestro los doblegó sicológicamente, los convenció de que se rindieran y evitó una tragedia”. Sin embargo, sus adversarios, que cuentan con el concenso de la mayoría, afirman: “Hay simplemente que interpretar los hechos sobrevinientes para entender qué pasó realmente dentro del McDonalds”.
Y algo de razón tienen al albergar dudas al respecto. Por ejemplo, el local de McDonalds estuvo clausurado una semana, durante la cual se hicieron presentes varios camiones atmosféricos, Gas Natural, empresas de destapación de caños y cloacas, de desinfección y personal de Salubridad de la Municipalidad y la provincia. Hay quienes dicen que hasta se hizo presente el Ministro de Salud Pública.
Por otra parte, el licenciatario del local aumentaría las sospechas acerca de un complot en contra del Maestro, dada su negativa a brindar declaraciones. Cuando fue consultado acerca de si “Recompensaría a Ferrante por haber impedido el robo”, enloqueció y agredió al periodista con un muñeco promocional del Capitan Frío ubicado a la salida del negocio.
El rehén que se desmayara, tampoco aportó mucho al esclarecimiento del tema: “Lo último que recuerdo es a ese señor de barba entrando al baño. Y luego, aquel ruido... Como una explosión y azulejos resquebrajándose!. El agua corriendo sin parar, la luz titilando y silencio.... Después, ví cuando se abrió la puerta, y ahí me desmayé”.
Además, los memoriosos recuerdan que algunos vecinos linderos con el local hasta quisieron vender su propiedades en los siguientes días al hecho. “El olor nauseabundo de las hamburguesas en descomposición no se aguanta, parece olor a mierda!!”, dirían ante las cámaras, acongojados.
De todas formas, y más allá de las interpretaciones maliciosas, aquella tarde Demian demostró que cuando un ser humano corre peligro, todo vale. Uno debe hacer lo que le dicte su instinto, aunque ello implique cagarse en todos.
(1). Hay quienes afirman que no hay que ver en esta actitud de Demian una señal de valentía o amor por el prójimo, sino un plan para ser menos en el reparto de las hamburguesas.
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