Historia construida a partir de un reportaje a Casimiro Arenas
La idea le apareció súbitamente, viendo un programa de TV. Una noche cualquiera hacia fines de los ‘ 90, en la pensión donde vivía por la zona de Constitución.
“Correte, Ferrante.... que no me dejás ver!"... le gritó un inquilino que compartía la pieza con él, junto a otros nueve indocumentados..... Ferrante era el único que tenía documentos, aunque falsos.
Demian se dijo para adentro: “¡pero cómo no me ocurrió antes... es una pavada y no la vi!”. Lo que sucedía era que en la televisión estaba ese tan extraño como querible personaje, Eber Ludueña, hablando sobre sus éxitos en el fútbol. Ferrante se sintió identificado con Eber, eran casi iguales. Tocados por el éxito, pero marcados por el fracaso. Ludueña hablaba de su libro, de lo bien que le estaba yendo, y a Ferrante lo asaltaron otra vez la envidia y ese deseo de alcanzar lo más alto.
Como siempre le sucedía en esos momentos, un carrusel de infortunios y fantasmas lo invadió. Flashes en retrospectiva le hacían ver cuánto había equivocado su rumbo, e incontables pesadillas trituraban su ya dañado cerebro: el tango con Takuma, Petrona y la cocina, la política con el turco y el KKK, entre miles de quilombos que le causaron tanta desdicha.
Sin embargo, se dijo, "...todo estuvo claro desde el comienzo". Aquella noche, una vez más, la verdadera oportunidad se le presentaba frente a sus ojos y por TV: EL FÚTBOL.... una pasión argentina, pero también peruana, como él.
Recordó aquel 6 a 0 del Mundial del ’78 entre Argentina y Perú, y de todo lo que se había dicho: que el partido “estaba comprado”, que los militares, que el arquero que se tiró para el otro lado.... Pero también recordó que nada había quedado claro, que la verdad todavía no había salido a la luz.
A una edad en la que muchos piensan en la jubilación, Ferrante una vez más daba cuenta de sus bríos espermáticos y de esas ganas de quedar grabado en bronce, como San Martín y Bolívar.
Fue así que se encomendó una gloriosa tarea: escribir un nuevo libro para desentrañar aquel entuerto del “6 a 0”, y liberar a sus pueblos más queridos, los de Argentina y el Perú, de la sospecha generada a partir de aquel abultado resultado.
De inmediato puso manos a la obra en lo que sería “El libertador latinoamericano”, ya que el purgar a ambos países de aquella ignominia aclarando aquel partido de fútbol, lo hacía sentir un moderno paladín de la justicia y la liberación.
Muchos de sus seguidores, entre ellos Casimiro Arenas quien lo acompañó en aquella cruzada al Perú, lo consideraban “Un gran hombre, un soñador incansable”. Los detractores de siempre, parafraseando a Arenas lo calificaban como “Un hombre grande, cansado y con sueño”.
Sin embargo, y con más de un vaticinio en su contra, Ferrante emprendió viaje al Perú con Casimiro. Demian no tenía un cobre y apeló al viejo rebusque de “hacer dedo” con gran fortuna. Más de una docena de camioneros que transportaban ganado los levantaron a mitad de la noche en sus largos 10 días de travesía. Se rumorea que Ferrante utilizó a Casimiro para lograr la detención de los transportistas haciéndolo vestir de mujer. Decía Ferrante: “La mayoría de la veces pude convencer a los chóferes de que se trataba de una broma, que hacíamos eso para que se detuvieran”. Demian no aclaró nunca que sucedió en las restantes ocasiones (1).
Ya en Perú, y aunque doloridos por el viaje, Ferrante se contactó de inmediato con los jugadores de aquella selección peruana de fútbol con intención de hacerles un reportaje. Les comentó cuál era el motivo, y a través de su vocero recibió una invitación para encontrarse en un lugar alejado de la prensa, bien escondido. Casimiro y Demian llegaron a medianoche. Era un galpón y parecía abandonado. Sólo una tenue luz anunciaba la presencia de alguien.
A los pocos minutos, salió un morocho que Ferrante reconoció de inmediato, se trataba del defensor peruano quien preguntó: “Quién es Ferrante”. “Soy yo!”, respondió Demian eufórico, a la vez que agregaba:“Y vengo a buscar la verdad sobre aquel 6 a 0, porque voy a publicarla en un libro”.
“Vení, pasá, te estábamos esperando los 11... Pero, vos pibe, quedate afuera”, le ordenó a Casimiro.
A partir de ahí, y a decir por declaraciones de Casimiro que escuchaba desde afuera, ".. los jugadores comenzaron a hablar con Ferrante muy cariñosamente": “Mirá cuántas cosas del Mundial ´78 tenemos acá, Ferraaante??”... “Miraaá!!.... estas son las pelotas que usamos, ves?.... tocalas, todavía están infladas, no?”
Arenas contó que "Siguieron de buen ánimo durante largas horas, mostrándole a Demian de todo": “Y éstos son los pitos, te gustan Demian??”.... “Te llamaba la atención lo abultado del resultado... vení, mirá qué abultado está esto Demian, tremendo no??”
Y que "... hasta encontraron un ungüento de aquella época!": “Uyy... pero mirá lo que hay acaaaà..... una pomadita para los esguinces.... vení Demian, acercate!!”.
Casimiro afirma que Ferrante no emitió sonido alguno, por lo que deduce que “debió de haber estado tan fascinado con lo que veía que se le cortó el habla!”. Ferrante salió del galpón a la mañana siguiente, cansado, ojeroso, como si no hubiera dormido por una semana y con un billete de 100 pesos peruanos en la mano.
Pero no fueron esas cosas las que llamaron la atención de Casimiro, sino tan solo un detalle: el calzado de Ferrante no era el mismo con el que había ingresado... “Recuerdo bien que al salir, tenía puestos unos hermosos zapatos atigrados de taco alto que a primera vista confundí con una botas tejanas”, confiesa, “... Similares a los que me hacía usar a mí cuando estábamos en la ruta y nadie nos paraba”, agrega sonriendo maliciosamente (2)
“El libertador latinoamericano” jamás salió a la luz. Consultado Ferrante por la prensa a su regreso a la Argentina (había mucho interés por conocer qué había sucedido en aquel partido), contestó que “Perú no vendió el partido” y que “Sintió mucho dolor después de hablar con los jugadores sobre aquel suceso y que todos y cada uno de ellos lo habían conmovido mucho”
(1). Ferrante decía: “Nunca obligué a Casimiro a hacer nada en contra de su voluntad, aunque debo reconocer que su entrega era infinita... Pobre Cristo!”
(2). Casimiro agregó que “Cuando lo vi salir a Ferrante del galpón, sentí que él también se había entregado al trabajo tanto como yo... Allí volví a respetarlo!”
1 comentario:
Totalmente, es igual a Eber Ludueña!
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