06 septiembre, 2006

Con las manos en la masa

La Argentina siempre acogió a Ferrante como ningún otro país lo hizo. Solía decir entre amigos (1) “ ... Le debo mucho a la Argentina”. Bueno, en realidad, le debía mucho a mucha gente ... siempre estaba en la ruina. De allí esa necesidad imperiosa de dar el gran batacazo, de salir de pobre de una vez por todas.

Pensaba qué bien les había ido a otros, como su hermano Dionisio que, aún siendo cruel y despiadado, hizo una fortuna con aquella frase “Y vos de qué querés”, cuando instaló la cadena de alimentos balanceados “Fami” en Perú. Se preguntó adónde había quedado su sueño mesiánico de poder cuando viajó a la India a conocer a Saibaba, de la oportunidad perdida con Cortázar, o con Bucay....

Fue en ese momento cuando vio la luz. Recordó sus tiempos mozos, cuando servía en el café La Piedad, cerca de la iglesia homónima, y conoció a la gran Petrona C., la maga de la cocina argentina.

Recordó su pequeño rol como ayudante de cocinero en el programa de TV que la hizo famosa, y de algunas recetas que Petrona le había entregado y que jamás fueron llevadas al público. Aún las conservaba.....Ésa podría ser una gran oportunidad!.

Él era un escritor calificado ... con bajo puntaje, pero calificado. Y tenía un as bajo la manga: las recetas. Se dijo: “solamente necesito un buen argumento... por ejemplo, un thriller en el que el asesino sea un maestro del arte culinario... allí podría combinar las recetas y el suspenso... concitaría la atención de hombres y mujeres... Un golazo!!”

La idea no era mala. Pero necesitaba mucha información. Fue cuando recordó a Truman y lo que le había contado sobre cómo había escrito “A sangre fría”..... “... Tuve que seducir a un asesino en la cárcel para que me diera datos clave, Demian..... usé todos mis atributos, con tal de llegar al éxito, me brindé entero y logré engañarlo”.

El lado oscuro de Demian volvió a renacer. Parecía sepultado, pero no. Siguiendo los consejos de Capote, y utilizando una credencial trucha de periodista, visitó en la cárcel a asesinos seriales, conocidos en la jerga como “Cocineros seriales”. Eran pasteleros, panaderos, parrilleros, digamos que todos los que practican el arte de la cocina. Buscaba un perfil psicológico para el personaje del libro que titularía “Con las manos en la masa”.

Comenzó con “Corchito Maidana”, el paraguayo que hábilmente escondía un corcho dentro de su boca (lo colocaba entre la lengua y el paladar mientras se hacía el gracioso con su víctima haciendo una voz gangosa, medio pelotuda, pero hilarante). Corchito utilizaba el corcho como un arma mortal. Cuando besaba, insuflaba fuertemente y colocaba el corcho en la glotis de su víctima provocándole la asfixia. Fue detenido en un pueblo de Córdoba de una manera muy tonta: detectado por la policía sacando corchos de viejas botellas en un baldío, en su huída pretende desaparecer tirándose a un arroyo cercano. Los corchos le impiden sumergirse y queda flotando a merced de las fuerzas policiales.

Si bien le pareció buena la historia, siguió indagando y conoció la Renato Pernía, alias “Milanesa”, que mataba a mujeres jóvenes y las embalsamaba en una mezcla de pan rallado y huevo (de ahí que lo apodaran Milanesa), descubierto por la Interpol debido a que sus enormes compras de pan (100 Kg por día) despertaron sospechas. También atrapado de una manera estúpida: su casa era un despelote, parecía un depósito de “Preferido”. Mientras escapaba, pisa un maple de huevos, patina y se incrusta la punta de una mesa ratona entre una ingle y la otra... justo ahí. En la cárcel, lo apodan “Mila”, porque “... le faltan huevos para ser milanesa completa!!!”, comentan entre carcajadas los reos.

A Ferrante todavía no le cerraban los casos, así que se dirigió a ver “Flautita” Hernández, o “El panadero loco”, quien utilizaba un pan flauta como elemento sexual para someter a sexagenarias. El móvil... no era el placer, sino la venganza: cuando chico, atendiendo el local de su padre, una mujer de unos 60 años, abusando de su inocencia, le pidió que le fiara y jamás le pagó. Poco después, su padre quebraba la panadería, y él le cargaría la culpa de todo a aquella infame mujer. Actualmente, divierte a los presos haciendo desaparecer las mismas flautitas que él amasa... “ a pedido de los chicos”, con él dice, ocultándolas con gran habilidad. Consultados, los sentenciados susurran: “.... viejitas de más de 60 años!!! te parece??..qué hijo e put!!.. Con la vieja no se jode, papá!!”, mientras le arrojan una flautita y le piden otro truquito de desaparición a Hernández.

Ninguno de esos argumentos cerraba del todo para Demian. Se lamentó del tiempo perdido y de lo que había entregado a cambio de la información (2), y se inclinó por una idea propia. “Con las manos en la masa” hubiera resultado un éxito, sino fuera porque al día siguiente de su publicación, la Asociación Argentina de Maestros de la Cocina interpuso una demanda en contra de Ferrante por “apología del delito”, ya que decía “... incitaba al homicidio. .... esas palmeritas son realmente morbosas, más cuando las víctimas son de su misma sangre”.

Demian había pergeñado un argumento en el que sus víctimas eran Fulgencia (la madre de la familia), y 3 de sus hijos (Dante, Dardo y Domingo), a quien el asesino (a la sazón hijo de Fulgencia), convidaba palmeritas envenenadas. El final del libro era antológico y morboso: mostraba al victimario, junto a su perro, Sol, disfrutando de un plato caníbal.

Dicen que la depresión que se apoderó de Ferrante Kramer fue tan grande, que debió ser internado nuevamente en el Hospital Durand.

(1). Casi en soledad

(2). Nunca se supo, aunque puede afirmarse que no se trató de dinero porque estaba fundido. Sus defensores dicen que lo logró con su enorme magnetismo. Sus detractores están de acuerdo, “sí, con su magnetismo, ése que hace que las cosas y las personas se te acerquen y te queden prendidas en cualquier sitio, y no te las puedas desprender”, y sonríen.

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