“Sana, sana, colita de rana, quiere mi niño una banana?”
Aquella no era una canción cualquiera para Demian. Volvía una y otra vez a su triturada cabeza, como presagiando algo que no alcanzaba a comprender. Era la que cantaba su madre cuando niño, y la fiebre le hacía estragos. Era la misma con la que acompañaba la imposición de sus cálidas manos sobre la rosada colita impúber del peruano.
“¿Cómo lo haría?”, se preguntaba Demian. Es que nunca dejó de asombrar a Ferrante el poder de aquellas manitas que todo curaban como por arte de magia.
Los arrebatos mesiánicos que caracterizaron a Demian años más tarde, seguramente tuvieron por causa a Felisa, su madre, y a aquel recuerdo de su niñez. Fue por Felisa y sus poderes que Demian proyectó su delirio místico a tantos ídolos de barro: Saibaba, Tony Kamo, Tu Sam, Uri Geller, el Padre Quevedo o el enano Nelson.
Un delirio místico que no se encontraba agotado ni mucho menos, y que renacería en él a partir de una insignificante anécdota, una tarde cuando podando un rosal durante su jornada como jardinero en un vivero de Vicente López, una espina le produjo un importante sangrado.
Advertida del suceso, la dueña del vivero, Dalia, una joven mujer, socorrió a Ferrante tomándole la mano y apoyándola accidentalmente sobre uno de sus senos, a lo que Demian reaccionó con sorpresa, impostando una actitud culpable para no hacer sentir peor a la ya avergonzada dama.
Lo que no sabía Demian era que debido a ese incidente, esa madre podría amamantar a su hijo a partir de aquel día. Los pechos de Dalia habían estado yermos hasta que la mano ensangrentada de Ferrante se posó sobre uno de ellos. Y sería de aquel pecho que Demian tocara, del que saldría el vital líquido para su hijo desde entonces.
La noticia corrió como reguero de pólvora: “¡Las manos santas de Ferrante Kramer!” se hicieron famosas en Villa Martelli y alrededores. En alusión a quien fuera bendecida con su milagro, Demian fue apodado “San Dalia”.
Demian, ni corto ni perezoso, aprovechó la situación. Por un accidente menor, se había convertido en santo de la noche a la mañana. “¡A la darmie con la literatura!”, solía gritar eufórico... “Ahora soy santo, un santo sanador”.... “Y todo con estas manos”, las que giraba y miraba absorto.
La Fundación DFK siente vergüenza de contar esta anécdota por las tortuosas derivaciones que tuvo. Pero se sabe que vanos fueron los intentos de Ferrante por curar males imponiendo sus manos en mujeres, jóvenes, maduras, de toda edad.
A partir de este nuevo fracaso del peruano, se conocen 2 derivaciones de esta historia. La Fundación no apoya ninguna de ellas, y ha guardado silencio al respecto. Por respeto a los seguidores del maestro, y en honor a la objetividad periodística que nos caracteriza, nos vemos obligados a comentar ambas.
La primera de ellas, la más probable a nuesro entender, cuenta que seducido por el dinero, Ferrante se tiró un lance haciendo imposición de manos en hombres por $ 50 la sesión. Lo iban ver por casos de impotencia, prostatitis, retención de líquidos escrotales y hasta postraumas en caso de paperas, especialmente cuando se inflaman por abusar del miembro en esas condiciones.
Parece ser que ahí sus dones fueron efectivos: erecciones milagrosas, chorros de orina que alcanzaban el metro veinte en ancianos de más de 70 años, famosos afiches de la época que promocionaban “te garantizo 4 al hilo, no importa la edad”, y desinflamaciones mágicas del escroto, eran comentarios obligados en aquella zona norte del conurbano bonaerense.
Y todo ello, “Con una simple imposición de manos”, como rezaba el cartel que engalanaba la entrada. San Dalia o Demian para los íntimos, había encontrado una salida. Sin embargo, esta primera versión de los hechos cuenta también que una tarde vinieron en masa cientos de sus pacientes reclamando haber sido estafados y solicitando una reparación. Aparentemente, ante la desaparición de los efectos milagrosos de su cura.
La segunda historia, opuesta pero tan verosímil como la primera, cuenta que Ferrante se la pasaba manoseando a cuanta mujer lo visitaba en el consultorio. Que abusando de su confianza, comenzó a trabajar “imponiendo” otras partes y/o fluidos de su cuerpo, como la “Baba milagrosa” o “El cabezón”, jactándose de que ahora “el poder sanador lo tenía en otro lugar”.
La falta de resultados, y la filtración de información por parte de algunas mujeres a sus maridos, alimentaron más las sospechas que se tenían sobre las verdaderas actividades de Ferrante, dando lugar a lo que se conoce como “La noche de los plátanos”.
Una invasión nocturna a la Clínica de Demian, encabezada por un verdulero de Villa Martelli, Romualdo Cinzano, a la sazón esposo de una de las pacientes del nosocomio, pidió la cabeza de Demian al grito de “Sana, Sana, salí rana, tenemos bananas!!”. Demian, aturdido por el bullicio, confundió la arenga de sus agresores con la canción que su madre le cantara de pequeño, abriendo la puerta de la clínica e invitándolos a ingresar a la voz de “Aquí estoy, soy vuestro, hermanos!”.
Existe coincidencia en las 2 versiones acerca del final de esta historia. Ambas cuentan que Ferrante, viendo que la horda no venía a saludarlo, pudo esconderse y subsistir durante meses alimentándose con las bananas que sus agrasores habían dejado en el recinto.
Los que creen en los caprichos del destino, dicen que si alguien elude un castigo otros pagan, que los pecados de los mayores, los cargan los jóvenes. Y Ferrante, en arariencia, parecía haber zafado una vez más. Cierto o no, la realidad es otra, y hoy nos cuenta que el hijo de Dalia, aquel que amamantara con su pecho gracias a Ferrante, cuenta hoy con 20 años de edad.
Es un gran deportista, estudia teatro, es muy buen mozo y apuesto. Si alguno de ustedes por curiosidad quisiera conocerlo, simplemente pregunten por Rosa.
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