01 julio, 2007

El temple de un grande - Parte 2

En la primera parte de esta historia conocimos a un amigo de la infancia de Demian: Christian Infante. Un amigo agradecido porque el Peruano Dorado había salvado su vida cuando pequeño, en Tumbes.

Infante quería recompensarlo, después de todo, le debía a Demian lo que era, el imperio que tenía. Pero también necesitaba respuestas.

Algunas verdades aún eran un gran secreto. Y solamente Ferrante Kramer sabía de ellas…

Demian nunca había accedido a contarle los pormenores, so pretexto de que “le traería pesadillas”.

Sin embargo, el silente paso del tiempo no hizo otra cosa que potenciar los fantasmas de la historia. Era natural que tarde o temprano quisieran salir a la luz, conocer la verdad… Después de todo, la propia vida de Infante -o su sobrevida, según como se la juzgue- se había construido a partir de aquella.

“Demian… ¿Cómo lo mataste?... ¿Sentiste miedo?... ¿Lo hiciste por mí?... ¿Cómo puedo pagarte, hermano?”, fueron las preguntas que no encontraron respuestas de parte de Ferrante. Demian estaba mudo…

Infante insistía, todos los días, en cuanta ocasión se le presentara. Pero nada, Ferrante Kramer guardaba el silencio de los héroes, de los que no se vanaglorian por lo mundano. Un grande con mayúsculas!.

Pero un día, la piedad o el hartazgo -vaya uno a saber- pudieron más, y Demian se abrió a Infante: “Mañana a primera hora, partimos. Vamos de cacería, como aquella tarde. ¿Querías la verdad?... Quizás la conozcas mañana mismo”…

Christian no salía de su asombro. Estaba al lado de “su amigo”, “su hermano grande” otra vez, un poco más viejos, pero como aquel día, cuando su vida había cambiado para siempre.

Se internaron en la jungla, espesa, casi en penumbras. A poco de caminar, los sonidos comenzaron a ser cada vez más profanos, temerarios. Nada sonaba igual que unos minutos atrás. Era otro mundo. Un mundo al que Infante no estaba acostumbrado, mucho más aterrador que décadas atrás. Un mundo al que ya se estaba arrepintiendo de haber vuelto.

Demian sonrió con cierta procacidad, mientras se deleitaba viendo a su amigo temblar arma en mano. Estaban allí por su insistencia; al menos el peruano quería que Infante tuviera su lección: “La curiosidad mata al hombre”. ¡Qué necesidad había de repetir aquella vivencia!... Pero, bueno… Estaban allí, y Demian estaba decidido a que su amigo conociera la verdad.

De pronto, como salido de la nada, delante de ellos se detuvo una figura felina. A simple vista, podría ser un puma, un leopardo, una hiena… Pero no, era un lince, como aquella vez…

“¿Christian, te das cuenta lo que tenemos frente a nosotros?", -exclamó Ferrante- "Bueno, es tu turno...¡Dispárale!”

Pero ya era tarde. Al igual que años atrás, cuando eran apenas unos chicos, Infante se había desmayado del miedo. El peruano dijo: “¡¡Pero la puta madre!!... ¿Otra vez me las tengo que ver yo solo?”.

Resignado, Demian clavó sus ojos en la fiera. Quería tenerlo controlado, necesitaba tiempo. Sabía que para escapar de ésa, tenía que repetir cada paso de su experiencia anterior, no había otra.

Comenzó a silbar una melodía disonante; cualquiera que supiera algo de música habría concluido que estaba desafinando. Pero no, el peruano bien sabía lo que hacía, porque a los segundos de iniciada su cadencia, aparecieron otras figuras de la selva… Entre ellas, la de un inmenso gorila...

“Vamos Rogelio (1), no me falles… Soy yo, Demian, me recordás”, gritó el Coloso, sin sacarle los ojos de encima al felino… “Vamos, que si me salvás como la otra vez, hay un premio”, repetía mientras agitaba de lado a lado el bolso que llevaba consigo, como indicándole al simio que allí se encontraba la recompensa.

La promesa de Demian fue interpretada por el animal. Apenas unos minutos bastaron para que Rogelio destrozara al lince.

Demian sabía que “lo prometido era deuda”. Rogelio había cumplido, ahora le tocaba cumplir a él. Abrió el bolso que tanto le mostrara al gorila, y sacó de su interior una diminuta “tanga roja” de lycra.

Al verla, el simio pareció exaltarse. Infante seguía inconsciente en el suelo, y Demian aprovechó para quitarle los pantalones y calzarle la prenda escarlata.

“Bueno, Rogelio, ahí lo tenés, dale! … Que esta vez se joda él!”, bramó triunfante Demian. En fin, su amigo se lo había buscado…

Dicen que los monos no saben hablar, pero que se hacen entender, no cabe duda... Porque la propuesta de Ferrante no fue aceptada por el gorila; Rogelio no aceptó al sustituto...
Al despertar, Infante vio nuevamente a Demian con el cinturón en la mano, sangrando y sin pantalones, y al simio internándose entre la vegetación… Igual que como aquella vez cuando chicos, y exclamó:

“Pero pucha, me lo perdí otra vez!!…. ¿Podemos volver mañana, no Demian?”
Demian quiso matar a su amigo ahí mismo, pero entre un nuevo abuso simiesco o ir a la cárcel por homicidio, se inclinó por lo primero.

(1). Rogelio es uno de los animales con los que Demian sabía compartir gran parte de su tiempo cuando niño. Al partir de Tumbes, tanto él, como otros animales (Trompita, Sonrisita y Traka Traka), le brindaron una cálida despedida. Ver “El abandono”.

2 comentarios:

Maryorie Nin dijo...

Interesante!

fernando abejugaray dijo...

todo muy lindo...pero KIMI se la puso al negro y al gallego menos campeon del mundo de todos los tiempos.

salud !
fer