27 julio, 2007

El Eternauta de Martelli - Tercera Parte

Pasaron un par de días. Walter preparó su cerebro para olvidar la historia tan extraña de Don Lucio. Un domingo a la mañana, Walter se encontraba en la cola de la fabrica de pastas "La reina de Saavedra" en Nuñez y Balbín, cuando de pronto vio a Don Lucio cruzando la calle a los gritos. Estaba tan agitado que el corazón se le salía por la boca.

- “Walter, Walter!!!!! Hoy es el día... Tenés que salvarlo!!!!”. Una señora que se encontraba en la fila miro la situación extrañada mientras se acomodaba la campera.

- “Vamos, vamos a la general Paz!!... De acuerdo a lo que dijo Demian, ahí lo íbamos a encontrar! Por favor, acompañame!”. Mientras Don Lucio arrancaba de la cola a Walter, la señora decía entre dientes: "Viejos trolos... Y encima, fiesteros!!..."

Llegaron al puesto caminero de Av. Balbin y General Paz... El frío era mortal. Walter empezó a maldecir a este viejo ferroviario que lo había sacado de la fila de la fábrica de pastas. Ahora tendría que ir de vuelta, y tal vez ya no hubiera sorrentinos.

- “¿Y Don Lucio?... ¿A quien esperamos?”.

- “A Demian, claro!”, le espetó el viejo casi con furia.

De golpe, bajando el cantero de la General Paz, Walter vio una imagen que le resulto conocida. Con anteojos, boina azul y envuelto en un chal marrón, Demian se dirigía a la parada del 21 con destino a Liniers. Al instante, Don lucio tomó a Walter del brazo y corrió hacia él...

- “Ahí está!!.. Vamos, Walter, tenemos que salvarlo!”

Debajo del cruce de General Paz los tres hombres se encontraron. Demian los miró sorprendidos...

- “¿Walter?... ¿Qué es lo que ocurre?”

Walter se quedó petrificado. Era Demian en persona... Pocas veces lo había cruzado. Es más, hacía mucho que no lo veía.

- “Hola, maestro”, le dijo Walter, cual Judas moderno.

Al tiempo que dialogaban, Don Lucio intercambiaba su gorro con Demian. Y su chal. Le saco los lentes y se los puso. Ni Walter ni Demian entendían nada.

En un mismo movimiento, tomó la mano de Demian y la puso sobre el hombro de Walter, y los empujó a que salieran de debajo del puente de la General Paz hacia el lado de Libertador. Y él, dirigiéndose hacia la parada del 21 gritó desde lejos...

- “Vaya Walter, sálvelo... Y gracias Demian, por haber confiado en mi!"
Los dos hombres sorprendidos veían al viejo ferroviario alejarse agitado. De golpe, se hizo un hueco en el cielo y una especie de avioneta plateada apareció.

Ese extraño artefacto se paró frente a Don Lucio. Éste, petrificado de miedo, se tiró al piso. De la nave, se asomaron dos hombres y al grito de “Morite peruano puto!”, dispararon a discreción sobre el viejo, pulverizándolo.

Al instante la nave desapareció. De lo que era el cuerpo de Don Lucio solo quedaban retazos de tela.

Walter estaba aterrado y no entendía nada. Intentó incorporarse buscando a Demian pero no lo encontró. Alzo la vista y lo vio correr despavorido y colgarse al pasamanos de un colectivo 21 semirápido.

Cuando el autobús pasó frente a sí, Walter pudo ver la cara de Demian que con una sonrisa le decía: “Gracias”.

En Tumbes, Perú, era de madrugada. Un teléfono sonó en una mansión con vista a la playa. El dueño de casa se levantó a tientas y medio dormido atendió....

- “¿Hola?”- dijo- “¿Quién es?”

- “Soy yo, desde Buenos Aires. Te aviso que tus hombres fallaron otra vez. Y por poco me matan a mí, en lugar de a tu hermano.”, y cortó violentamente.

El dueño de casa, ya desvelado, no pudo dejar de gritar: “Peruano del orto!”.... y a continuación su clásico “Y blando de mierda!”.

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