14 agosto, 2007

El coleccionista - Última Parte

La oferta de comida por parte del Lt. Riviere llegó a calar muy hondo en el peruano. A tal punto estaba desbordado por la emoción del convite que comenzó a hacerle preguntas al francés sobre “cómo se puede hacer para ingresar a la Surete, si pagaban bien, si con 60 pirulos encima tomaban gente, si había ticket restaurante”, entre tantas otras fastidiosas consultas que le brotaban de a borbotones.

Luego de la comida –salmón al roquefort, con papas noise, plato que Demian recordaba haber comido casi 3 décadas atrás en una cena íntima en casa de su amigo Truman Capote- el peruano se puso a disposición para que le ocultaran el diminuto transmisor.

Comenzó a desvestirse y se puso boca abajo, abriendo sus glúteos... “Bueno, para cuándo?”, inquirió a sus amigos policías, indicando con su dedo en dirección al orificio anal...

Todos se quedaron azorados, no entendían la razón por la que Ferrante se había desnudado, pero interpretaron que algo le habría sucedido en el pasado para provocar en él una reacción así, tan sodomita... “Bueno, me lo van poner o no al transmisor ése?”, repreguntó molesto...

“No, amigo, el transmisor es éste”, respondieron mostrándole un reloj plateado, discreto, como para no llamar la atención de nadie, siquiera la de su futuro agresor.

“Ah!!, pensaba que era como cuando participé en la misión en Rusia (1)" , menos entendieron aquello sus interlocutores, pero se dieron cuenta que tenían delante suyo a un tipo experimentado, viajado, conocedor de lides.. No era un perejil, la elección no podía haber sido mejor, asintieron entre ellos con solo mirarse...

Al día siguiente, una nueva pista dada adrede por El Coleccionista, los puso en estado de alerta. Sin embargo, esta vez había cometido un error tan soberbio como fatal. “Mañana, a las 10 en punto, mi última víctima sabrá de mí... Ja, ja. ja... Y completaré mi colección!!”, rezaba su nota. Lo que desconocía el asesino era que todos ya sabían quién sería el objetivo de su próximo ataque.

La operación se discutió mucho, nadie quería que Demian asumiera riesgos innecesarios...

De ello que tanto la INTERPOL, como la Surete, el CI5 y el FBI estuvieran de acuerdo en que Demian esperara al Coleccionista simulando dormir.

Intentaban por todos los medios evitar que el peruano fuera agredido; especulaban que “... Si el Coleccionista disponía de la habitación a su antojo, Demian contaría con más tiempo para dar aviso a la policía”. La cuestión pasaba por ahí: ganar tiempo...

Llegó el día, y dejaron solo a Demian. No fuera que el criminal estuviera observando e hiciera fracasar el plan. Las horas parecían eternas, pero finalmente llegaron las 9 de la noche. El peruano simuló irse a dormir, para lo cual apagó la luz de su habitación, quedando todo a oscuras.

Se hicieron las 22 horas, y nada parecía suceder en los alrededores. Ningún movimiento, ninguna cara sospechosa, siquiera un auto. Aquella zona marginal de Villa Martelli era un verdadero desierto.

Sin embargo, en la habitación de Demian sí pasaba algo. La puerta, que carecía de cerradura, comenzó a abrirse lentamente, dejando entrever un haz de luz que provenía del pasillo... Demian alcanzó a vislumbrar una silueta.

El miedo se apoderó de él, pero no obstó para frenar su determinación y gallardía. Amén de encontrarse su brazo izquierdo en mala posición para disparar la alarma, sigilosamente, como solo un maestro del espionaje podría hacerlo, giró su cuerpo.

Pero no llegó a activar el disparador de su reloj. Alguien se abalanzó sobre él, inmovilizándolo con el peso de su cuerpo. Se percató que su agresor tenía las rodillas sobre su espalda, y lo tomaba fuertemente por sus muñecas... "¿Quería el reloj?", se preguntó, “Estará coleccionando relojes ahora?”, dudó...

La cuestión era que estaba atrapado, y no podía pensar en otra cosa que ese jadeo de su agresor sobre su nuca....

- “Me vas a dar lo que quiero?”, escuchó. La voz, ronca, áspera, provenía del Coleccionista.

- “No te lo puedo dar, nunca tuve uno en mis manos, te lo juro”, respondió Demian, intentando convencer con voz determinada a su atacante que no tenía ningún ejemplar de La Biblia Peruana.

- “No mientas!!, me vas a decir que jamás se lo mostraste a nadie?”, gritó enfurecido, “¿Cuántas manos habrán estado sobre él antes que las mías, cuántos lo habrán deseado?”, bramó aún más fuerte.

- “Te lo juro, coleccionista, comprobalo vos mismo si no me creés… Revisá bien a fondo!”, fueron las últimas palabras que pronunció Demian. Luego se escucharon solamente gritos desgarradores de su boca. Literalmente, el Coleccionista lo estaba destrozando.

Demian creyó haber perdido el conocimiento, y estaba en lo cierto. Eran las 23,15 horas. Fue en ese instante cuando pudo activar la señal de alarma en su reloj. Pero no fue más que un acto reflejo inútil... Al encender la luz vio a su alrededor a Serling, Riviere, media docena de agentes de la Policía Federal y a Don Horacio. Este último llamó su atención: estaba esposado.

- “Qué me pasó?”, exclamó el Coloso... “Siento como si un camión me hubiera pasado por encima... ¿Lo atraparon?... ¿Dónde está?... ¿Quién es?”....

- “Ferrante”, respondió Riviere, de la Sureté, “Ya terminó todo, usted es un héroe!”.
Demian no entendía nada, las caras tristes de los presentes en la habitación se parecían a las de un velorio, cuando debían estar de fiesta... Además, ¿Por qué se lo estaban llevando preso al pobre viejo Don Horacio?... Nadie respondía a sus preguntas, simplemente lo palmeaban y le decían “Héroe!”. Fue recién entonces, al retirarse de la habitación con los policías, que sintió una molestia al caminar... Pero no le dio importancia; recordaba en el pasado haber sentido algo así infinidad de veces.

La pensión fue clausurada, y Demian fue trasladado a otra. El FBI y la INTERPOL se hicieron cargo de los gastos de Demian por un año; “Se lo merecía!”, declararían en sus respectivas sedes centrales a su regreso.
A la mañana siguiente de aquel incidente entre Demian y su agresor, los diarios publicaban un festivo titular: “La última víctima”. Abajo una foto de otro hombre decapitado, un tal Roberto Cárdenas.

Y a continuación, una trascripción de la nota de El Coleccionista: “Con esta edición del española del Quijote de 1866, he completado mi obra... No más muertes, lo prometo”.

No hay comentarios.: