05 diciembre, 2006

La Guerra Fría (Parte 1)

El término “Guerra Fría” hace referencia a un período de la historia reciente en el que el mundo estuvo indudablemente en peligro. Una época en la que se hablaba de la “bomba atómica” y de la destrucción del planeta en manos de las dos potencias bélicas de aquellos años ’60: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Y si bien nadie quería ser parte de ese conflicto, en los hechos todos lo éramos de alguna forma....

La mayoría conocemos aquellos sucesos. Por haberlos vivido, los más viejos, o por libros o publicaciones, los que crecieron en los años posteriores. Pero hay un dato poco conocido, quizás absolutamente desconocido para muchos, que vincula a un tercer país con aquel acontecimiento: Perú, la tierra natal de Ferrante Kramer.

Algunos dirigentes del partido gobernante en aquel país habían decidido adelantar una posición a favor de uno de los contendientes, los Estados Unidos, en una clara iniciativa de cerrar vínculos en momentos difíciles para capitalizar los beneficios de un eventual triunfo sobre la Unión Soviética por parte de aquellos. Esa intención se materializó en un “documento declarativo de guerra” emitido por la Secretaría de Asuntos Externos del Perú, sin valor alguno, ya que había sido suscrito por un par de diputados trasnochados, Arregui y López, un militar de bajo rango, Saverio Escalada, y un Subsecretario del área, Artemio Linkes.

El documento llegó al Kremlin a través de la Embajada de la URSS en Perú, y causó el efecto esperado: en pleno, el politburó se cagó de risa, y sin entender cómo podía haber gente tan pelotuda, lo desestimó, pero, no obstante, brindándole el tratamiento burocrático de rigor ... A fin de cuentas, el tema concernía a dos naciones – la URSS y Perú – y había que tomar la medidas del caso, aunque se tratara de una huevada.

La Unión decidió enviar a uno de sus espías, personajes muy comunes aún hoy en día, pero que en aquellos años pululaban por doquier. Y ese espía tendría una particularidad que lo haría especial... Era idéntico a Demian Ferrante Kramer.

Entretanto, la noticia de la irresponsable provocación peruana a los rusos había llegado a oídos de los Estados Unidos. Y también el hecho que la Unión había tomado cartas en el asunto enviando al “clon” de Demian, Vladimir Arenko, lo que llamó especialmente la atención de los norteamericanos. Sin embargo, más allá de ver en ello una crisis, los yanquis percibieron que tenían por delante una gran oportunidad.

Miembros del Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos viajaron a Perú para interceptar al espía en un operativo secreto. Arenko fue detenido a minutos de su ingreso al país, sin levantar sospecha alguna. Los rusos no registrarían el hecho, ya que era muy común que un infiltrado no se comunicara con su “base” si ponía en peligro su misión.

Acostumbrados a hacer cualquier desquició fuera de su casa, el grupo comando del norte interrogó a “su manera” al espía ruso, sin obtener de él una sola palabra. Fue en ese momento cuando el líder del operativo vio algo que lo dejó atónito. Sobre la mesa de la habitación del hotel donde se encontraban practicando “boxing” con el soviético, en la contratapa de un libro denominado “La biblia peruana”, se retrataba la foto de un tipo igualito al ruso que le estaban moliendo los huesos.

“Stop punching him!” (Paren de golpearlo!), gritó a sus hombres el americano, quien no podía dejar de mirar el libro y al espía ruso repetidamente .... “Cambio de planes”, agregó en español... Sucedía que se le había ocurrido una idea que podía cambiar el curso de la historia e inclinar la contienda a su favor.

A través del gobierno peruano, y aunque no existe prueba alguna de ello, Ferrante Kramer fue contactado y puesto en autos. Se le explicó que su tarea sería sencilla: “Inmiscuirse tras la Cortina de Hierro y grabar todo lo que escuchara ... Que se le había puesto en sus manos el desenlace de la llamada Guerra Fría y, por ende, el destino de la humanidad toda, amenazada por la guerra nuclear”. Demian, sorprendido por el ofrecimiento entró en otro de sus recurrentes trances mesiánicos... Se proyectó vaya uno a saber dónde, y como preso de un embrujo aceptó entusiasmado sustituir al espía ruso. Preguntado por cuál sería su precio, Ferrante respondió: “No pretendo dinero alguno, lo hago por mi patria, señores!”

En los siguientes días Demian aprendió algunas cosas básicas del idioma: identificar rangos militares, decir “Si”, “No”, “Hola, chau, buen día y buenas noches, agua, sexo y quiero comer”, como para zafar en situaciones embarazosas. Alguien lo reconocería seguramente, y tenía que salir airoso de la situación.

Las autoridades de inteligencia del Perú y los Estados Unidos enseñaron a Ferrante el sitio aproximado donde debía recalar, qué “artefactos” debían darle la pauta de que se encontraba en el lugar correcto, aquel en el que trabajaba Vladimir Arenko... Sucedía que no se tenía certeza absoluta de ello. No obstante, antes que terminaran su discurso Demian los atajó en seco, diciéndoles: “Están hablando con un artista talentoso, inteligente, un hombre que se las ha visto en peores... no con un boludo!... Me las arreglaré para encontrar el lugar!”. La actitud seria y firme de Ferrante terminó por convencerlos, y ratificar la creencia de “Haber encontrado al hombre indicado”.

En breve, la Segunda Parte de este épico pasaje de la vida del más grande escritor latinoamericano de todos los tiempos, Demian Ferrante Kramer.

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