En aquel tórrido verano de 1992, nadie imaginaba que un encuentro semejante habría de ocurrir en Perú.
Por primera vez estarían frente a frente dos pesos pesados, y ambos peruanos. En un rincón, el “Maestro”, sin más palabras; en el otro, el conductor del programa televisivo del momento, Jaime Bayly, reportero incisivo y temerario si los hay, que había desafiado a su audiencia a “poner fin y desenmascarar al fraude literario del siglo”: Demian Ferrante Kramer.
Demian, con más de 30 libros editados aunque con inciertas cifras de ventas que iban de los 30 a los 100 ejemplares en el mejor de los casos (en total), seguía siendo “un mito”. La verdad es que los pocos que habían escuchado de él, lo conocían nada o casi nada. Y sus libros, que los debía haber de a montones y por doquier, no se conseguían en ninguna parte. Ferrante era todo un enigma para la mayoría de la gente.
Y eso no era todo... Demian sabía que por sus largas ausencias en su país de origen, le tocaría jugar de visitante. Que tendría al público mayoritariamente en contra, ya que la última noticia que se tenía de él se remontaba a su partida, hacía décadas, cuando había decidido probar fortuna en tierra yanqui.
Pero aunque paradójicamente Demian había probado de todo menos fortuna, sus coterráneos estaban creídos que regresaba “triunfador”, cuando en realidad se especulaba fuertemente “ ...Que Ferrante había accedido a ir al programa de Bayly tentado por el almuerzo con el que el anfitrión agasajaba a su invitado”. Para su pueblo Demian era “un traidor, un apátrida”, acaso el primer antecedente en la historia mundial de un “odio y una envidia tan grandes nacidos del fracaso”.
No obstante, para Bayly tampoco eran todas a favor. El hecho que Ferrante fuera totalmente desconocido para muchos, también lo afectaba a él. No había juntado más que unas pocas hojas de información sobre el coloso tumbesino, y se sentía inseguro de vérselas con un tipo que, a pesar que todo el mundo dijera que era un “sonrisa de nabo” y que nunca aprovechaba ninguna de sus oportunidades, se las había arreglado para ligarse por casi medio siglo con los grandes de las artes, del deporte, la ciencia y el espectáculo, quizás como ningún otro en la historia.
Por tal razón, Bayly especuló que el encuentro no sería una lucha de intelectos sino una batalla sin cuartel que se dirimiría en las arenas de la seducción... Ganaría el que primero sucumbiera al magnetismo del otro. Y en eso se tenía fe, pero no la suficiente.
El programa arrancó a la hora señalada, y con buen rating tratándose de un bodrio cultural.
La cámara delató a Bayly, quien se mostró sonrojado al llegar Ferrante. Si bien Demian acusaba por aquel entonces más de 60 años, y amén que vestía una ropa prestada por el sponsor del programa, la elegancia de su paso y su porte apolíneo pletórico de impostada vitalidad, dejaron impávido al conductor del ciclo “De a dos es mejor”, así su nombre, quien no tuvo otra ocurrencia que tomar la mano de Ferrante y besarla, no sin antes decir embelesado: “Maestro, es un honor”.
Ferrante, que lo último que había escuchado más parecido a un halago fue: “Espero que no se la gaste en vino!”, de boca de la mujer que le había entregado una limosna la semana anterior, se sintió como en sus mejores épocas, como cuando era el “hombre mimado” de Truman, Sábato o Borges.
“Siéntese Kramer”, tartamudeó Bayly, quien no podía sacar sus ojos de encima del libro del filósofo polaco Zygmunt Bauman que Demian sostenía en su mano. Si algo faltaba para aterrorizar a Bayly, era ese dato.
“Gracias, Jaime”, respondió Demian, ensayando una sonrisa que le habría valido el Oscar a la simpatía si el premio hubiese estado instituido. A esa altura, Bayly comenzaría a cuestionarse para qué se había metido en algo así... Sucedía que el “poder de seducción” de su compatriota, lo estaba matando. Se estaba convirtiendo en víctima de su propio plan.
Ambos se sentaron, uno a cada extremo de la mesa. Ninguno de los dos emitía palabra, solo se miraban, como estudiándose recíprocamente para definir a quién le correspondía hacer el primer movimiento en esa partida de ajedrez.
A Bayly le estaba ocurriendo lo mismo que antaño le ocurriera ante otros tantos “seductores natos” que llevó a sus ciclos televisivos, pero peor... No podía escapar al embrujo de Demian, y pavoneaba con su mirada, como intentando expresar con gestos lo que su boca, entreabierta y seca, aún no se animaba a decir.
El silencio se hizo eterno.... Fueron apenas minutos, pero en la medida que transcurrían, la falta de sonido se hacía más profunda, como si el propio silencio participara de aquel siniestro oficio mudo.
Bayly estaba a punto de largarse a sollozar ante cámaras y decir: “Me rindo, maestro, usted es el más grande!”, cuando aquella quietud sonora comenzó a ser alterada por extraños y alarmantes sonidos. Diminutos pero audibles estruendos que alertaron a los especialistas del estudio. Y que por más que intentaban disimularlos, todos sabían que se trataba de una odiosa combinación acuogaseosa intestinal.
Ferrante también estaba nervioso, no cabía duda. Aquellos fatales sonidos salían de su interior. Y quienes aseguraban que Demian había ido al programa solo por la comida, pronto sabrían que estaban errados. Demian había comido, y muy bien.
“Lo que para una persona normal es simplemente una descompostura, para Ferrante significó casi un infarto anal, debido al debilitamiento de los músculos orbiculares del orificio rectal”, diría al respecto el encargado de Guardia del Hospital Durand, donde fue llevado de urgencia antes de terminar el programa. Lo que el médico de turno quería decir con términos elegantes y técnicos no era otra cosa que Ferrante se había cagado encima durante la emisión televisiva.
Y sin quererlo, paradójicamente Demian se adelantaba otra vez a los tiempos: años más tarde, y quizás inspirado en aquella anécdota escatológica, el filósofo polaco cuyo libro Ferrante había llevado casualmente al programa publicaba “La vida líquida”, uno de sus más resonados éxitos.
Bayly, por su lado, terminó siendo el ganador de aquella jornada. Y lo festejó afirmando entre carcajadas que Ferrante no hizo otra cosa que confesar “... Que todo lo suyo era una mierda”.
Lo de Demian, obviamente un bochorno mayúsculo... Aún se recuerda el momento en que fue retirado, tomado de brazos y piernas, chorreando profusamente por su parte posterior. Todos los medios publicaron al día siguiente titulares impiadosos como “Cobarde, te cagaste en las patas”, no comprendiendo en lo más mínimo que Ferrante era ya a esa altura un hombre enfermo, ciertamente culpable de lo que le sucedía por haber abusado de su cuerpo y su salud, pero finalmente un ser humano como cualquiera (1).
Sin embargo, todo no terminó ahí. Demian fue nuevamente noticia a la semana, cuando dado de alta en el hospital protagonizó un escándalo al intentar permanecer dentro del nosocomio. Atado a su cama, y al grito de “Déjenme adentro, acá me dan de comer!!”, volvió a conmover a seguidores y detractores quienes no salían de su asombro y se preguntaban cómo un titán de la literatura como él pudo caer tan bajo.
Y ése no sería sino uno más de sus tantos pasos hacia su infierno personal. Sus futuras historias no harían más que confirmar que su descenso jamás conocerá límite alguno.
(1). Cualquiera como él, obvio.
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