La historia negra de Ferrante Kramer no se limitó únicamente a su participación en la política libertaria de los años 60 junto a Luther King y Malcom X, o a su fugaz paso por el jazz de la mano del mítico Duke Ellington.
Hay otro momento del Coloso de reciente data, ubicado a fines de los ’80, y también en tierra americana, que lo vincula a uno de los actores de color más sobresalientes del deporte de los últimos tiempos: Tiger Woods.
Pero no el Tiger triunfador y millonario que todos conocemos hoy, sino el humilde muchacho de 15 años que a duras penas podía sostener la paga de un “caddie latino”, Demian, que trabajaba a su lado por tan solo unas monedas para poder comer. El Tiger primitivo, en ciernes, discriminado por un establishment “elitista y blanco” que, vislumbrando la amenaza encarnizada en la piel oscura de aquel mocoso, lo segregaba y relegaba para que nunca llegara a formar parte de aquel exquisito y privilegiado mundo del golf.
Quizás ese paralelo que existe entre “latinos y negros”, entre esos dos mundos tan diferentes a simple vista pero históricamente unidos por el mismo desprecio social al que se encuentran sometidos, haya sido el detonante que hizo que entre ambos se generara desde un inicio una especie de “simbiosis”, un proceso de empatía irreversible donde el sudaca sentía el sufrimiento del negro, y viceversa.
No eran el “jugador de golf” y el “caddie”... Eran como hermanos de guerra. El compromiso del uno para con el otro era tal que si los talentos hubieran estado invertidos, ninguno de los dos habría dudado en trocar los roles. “Demi”, lo llamaba cariñosamente Tiger al peruano; “Pequeño Tigre”, le devolvía igualmente Demian, quien era el único en denominar con un apelativo latino al que sería la futura estrella del golf mundial.
Pero por más empeño que Tiger pusiera, por más talento que demostrara, no se podía llegar más lejos en aquel mundo dominado por los popes del “Star bussines”. Siempre había un “pero” que obstaculizaba su meta: la edad, las distancias, el presupuesto, el reglamento, y alguna que otra zancadilla técnica o legal que no habría nunca de faltar si la ocasión pintaba fea para los “muchacos de siempre”.
“No se puede llegar”, diría resignado Tiger... “Al menos que se juegue con sus propias reglas”, agregaría amenazante Ferrante, en un intento por revertir el desánimo del próximo campeón.
“Para ganarles en su terreno...”, añadiría el peruano, “Hay que darles a probar de su propia medicina blanca”... “Todo vale, Tigre.... Hay que hacer lo que sea necesario para ganar.... Y pegar el gran salto de una vez!”. Cualquiera que hubiera en aquel momento al Maestro, iracundo y desbordado, habría muerto de un susto.
Pero no era fácil para Tiger digerir eso, era muy chico para entender a un “especialista en desgracias y mala fortuna” como Ferrante. Sin embargo, había decido entregarse en sus manos, confiado en que el Coloso tumbesino sería su pase a la gloria.
Y llegaría el día del tan ansiado torneo de Loussiana, el que podía marcar el ingreso de Tiger Woods a las “Ligas Mayores” del golf... Allí donde pertenecían los Nick Faldo, los Ballesteros, los Greg Norman y tantos otros a los que veía por televisión.
El encuentro comenzó, y uno a uno los hoyos – 18 en el golf – se fueron completando. Todos los participantes comenzaron bastante parejos, pero a la altura del hoyo 17, sólo 2 podían disputarse el triunfo: Tiger, y un tal Ted Duncan, buen jugador y unos años mayor que él, pero para quien el “golf” era solamente un divertimento para matar el tiempo y el aburrimiento.
Duncan era un nene de papá, un mantenido, y eso sulfuraba a Ferrante quien entendía que ése tipo no debía ganar, y menos ganarle a su amigo, el Tigre.
Fue cuando a Demian se le ocurrió jugarse entero, y hacer otro de los tantos actos solidarios que caracterizaron su vida. Se desprendió disimuladamente del pelotón, y corrió hacia el hoyo 18, distante unos 400 metros de donde estaban, tras una loma y un pequeño lago artificial. Le tocaba golpear a Duncan.
El impacto fue tremendo. De haber habido antecedentes, seguramente muchos habrían sugerido la posibilidad de un “hoyo en uno”. La concurrencia siguió con la vista la pelota y corrió hacia el “18” para verificar dónde había caído. Se hacían apuestas en el camino... Que “la pelota entró”, que “quedó a menos de un metro del hoyo”, sostenían la mayoría, aunque también había, los menos, que apostaban por “la arena o el agua”.
Al llegar a la zona, todos los presentes no entendían nada. La pelota no aparecía por ningún lugar, no estaba en el bunker, ni el el green.... A lo sumo, había caído al agua. Verificaron si estaba en el hoyo, y tampoco. Era un misterio.
Cosa que no es habitual en los torneos, se revisó uno por uno a los participantes – para verificar que no se trataba de un bromista - y se rastreó por casi una hora el lugar, pero nada.
En eso, Demian reapareció, bastante agitado y desencajado, la larga carrera lo había hecho añicos. Tiger llegó a preocuparse, porque parecía que le faltaba el aire... Un color azulado invadía su rostro y no respondía a las consultas que le hacía Tiger, por lo que dejó de preguntarle y jugar su último tiro sin el consejo del peruano.
Tiger terminó el partido con un golpe menos que Duncan y se llevó el torneo. Duncan perdió toda posibilidad cuando el jurado, hostigado por un público mayoritariamente negro que comenzaba a desconfiar de su imparcialidad, finalmente y de mala gana tuvo que fallar en su contra interpretando que su pelota se encontraba en el fondo del lago.
Demian levantó la mano en señal de triunfo, le sonrió a Tiger, le guiñó un ojo, y se retiró rápidamente. Ni siquiera estuvo para los festejos. Esa fue la última vez que Tiger Woods vio a Ferrante Kramer. Lo buscó por años y llegó a pensar que estaba muerto; aún recuerda su pérdida en reunión de amigos e íntimos.
A la semana de finalizado aquel torneo, un diario amarillista de Tijuana, México, publicaría una noticia graciosa para algunos, pero dramática para quien fuera su protagonista: “Hoyo 19: Hombre caga una pelota de golf y sufre desgarro anal”.
Jamás nadie llegó a asociar los dos acontecimientos. Demian se encargó perfectamente de que así fuera, yendo a parir su desgracia a otras tierras.
Tiger Woods es aún hoy el mejor jugador de golf de todos los tiempos, y disfruta de una vida de placeres y lujos desde aquel día. Y gracias al gran corazón del “Maestro”, nunca sabrá que aquel triunfo suyo ante Duncan en Loussiana no fue limpio, ni mucho menos. Jamás sabrá que fue tan sucio y sangriento como el tránsito de aquella inocente pelotita blanca por los intentinos del más grande escritor de la historia latinoamericana: Demian Ferrante Kramer.
1 comentario:
To my friend Demian... I love so much!!. I remember jet some days in Loussiana, Minessota and California. Thanks for your help "master".
Lee Tresvinos
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