11 agosto, 2007

El coleccionista - Parte 1

Nadie desconocía el caso, todos estaban al tanto de las últimas noticias por los diarios, la radio y la televisión.

El tema había desbordado aún a la prensa amarillista. Hasta los más desaforados mostraban recato, como queriendo ocultar los detalles, cada vez más truculentos.

La genealogía policial no reconocía antecedentes similares. Ni los más rimbombantes asesinos seriales encontraban parangón en esa bestia que azotaba gran parte de Buenos Aires, allá por mediados de los ’80.

Lo habían apodado “El coleccionista”, porque mataba a sus víctimas para conseguir artículos únicos, incunables. Y como tantos enfermos que buscan notoriedad pública, “El coleccionista” solía dejar notas, a modo de pistas, para que la “avezada” policía llegara alguna vez temprano a la escena del crimen.

Pero no había caso, se burlaba de ellos. Sin duda se trataba de un profesional. Su accionar era perfecto, y no había modo de llegar antes de que cometiera sus felonías… Lo más cerca que habían estado de atraparlo había sido a 15 minutos… Muy tarde, especialmente si al occiso le habían cortado la cabeza.

Y Demian no habría tenido nada que ver con el asunto, si no hubiera sido porque se trataba de “libros”. Sí, el coleccionista mataba para conseguir libros únicos, aquellos que su colección demandaba con sed de sangre…

“Falta poco, mi colección casi está completa… Me restan tan solo 2 libros más, y pondré fin a tanta muerte”, dejaría escrito en una de sus notas.

Y a los pocos días, Lorenzo Quinteros moría arrojado desde un décimo piso. Sobre la mesita de luz, otra carta, que decía: “Sr. Juez…. Fui yo, el Coleccionista”, seguida de sarcasmos, pullas y carcajadas. “Solamente me falta un libro, una muerte más, y mi colección estará terminada… Deséenme suerte!”.
El sentido del humor negro de este personaje y su cinismo tenían en vilo a la sociedad toda. La comunidad estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de ponerle fin a este flagelo. Cualquiera podía ser la próxima víctima, ya que nunca el coleccionista anticipaba el nombre del libro de buscaba.

No obstante, la policía local recibiría un dato milagroso desde México, de un tal Raymundo Sforza, quien decía saber mucho sobre el asunto. Ante la falta de mejores pistas, la policía escuchó por demás a quien en situaciones normales habría sido tomado por un loco más en busca de fama…

Pero no, aparentemente, tal como lo afirmaba Sforza, en la zona norte del Gran Buenos Aires, en una pensión de mala muerte, viviría el hombre más buscado de la Argentina… El próximo mártir del coleccionista, la próxima víctima de este asesino serial.
Aquella tarde, funcionarios de alto rango de la Policía Federal Argentina, acompañados por delegados del CI5 (Gran Bretaña), la INTERPOL, la Surete (Francia) y del FBI (Estados Unidos), golpeaban la habitación 14 de la pensión “Don Horacio”, en los suburbios de Villa Martelli. A los minutos, un hombre en los 60, botella en mano, les abría…

- “Buenas tardes”, se oyó decir a uno de ellos… “¿Es usted Demian Ferrante Kramer?”

“Sí”, respondió el Coloso… Se trataba del mismísimo Demian…

- “¿Peruvian Bible author?… Sorry!!.. ¿El autoor te La Biblia Peruaana?”, inquirió otro, en una mezcla poco clara de inglés y español.

- “Sí, lo soy”, volvió a contestar Demian.

- “Tiene un ejemplar a mano para mostrarnos?”, escudriñó ansioso el tercero de ellos, mostrando a Ferrante su placa que dejaba ver “Lieutenant Jean Paul Riviere”

- “No, nunca tuve una… Y ustedes?”

- “Es nuestro hombre”, se escuchó decir al primero… “Disculpe, pero nos va a tener que acompañar a la seccional, Sr. Kramer, la seguridad del país depende de usted. Es cuestión de vida o muerte”.

Continuará....

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que Tito Cigala no haya salido de la cárcel y quiera vengarse de nuevo del peruano. Dios lo libre y guarde, si fuera el caso!!

Pocho La Pantera
Once - Capital