12 agosto, 2007

El coleccionista - Parte 2

Los funcionarios policiales de la brigada internacional que perseguían al “Coleccionista” habían dado con el paradero de Demian. Y coincidían plenamente en que se trataba de la persona indicada.
La investigación tomaba de golpe un nuevo rumbo gracias al Peruano Dorado quien, a la propuesta hecha por sus interlocutores de servir a la Argentina -amén de ser extranjero-, se mostraba honrado, condescendiente y presto a entregarse en cuerpo y alma...

“Cuenten conmigo, señores!”, respondió Demian sin titubear, en una clara demostración de coraje cívico… “Solamente denme unos minutos para asearme, recién me levanto” -confesó avergonzado; eran las 3 de la tarde-, petición a la que gustosos accedieron los agentes de seguridad.
La espera fue interrumpida por el crujir de unos vidrios rotos. Demian estaba intentando escapar por la ventana del baño con la ayuda del viejo Don Horacio, el dueño de la pensión.
Desde una cuadra se podían escuchar los gritos del peruano: “Tenía hambre, por eso me lo robé… Si quieren llévenselo, apenas si está mordido!”.
Ya no como buenos amigos, los funcionarios policiales se llevaron a Demian por la fuerza. No podían hacerle entender que no lo buscaban por robar un pan lactal del almacén de la esquina -como él creía-, sino para que prestara una contribución patriótica a la sociedad.

Ya en el auto, una idea del teniente Riviere pareció traer un poco de calma en Ferrante: “Tome amigo, beba”, le propuso a Demian… Había recordado que en la guantera conservaba una pequeña botella de brandy. Riviere conocía de lejos a los viejos borrachines, y Demian le recordaba a uno de ellos.

A los pocos minutos, estaban como chanchos. Dentro del carro policial, cada uno de ellos entonaba una melodía de su país, que los demás seguían como podían. Llamó la atención de todos que Demian siguiera al pie de la letra todas ellas, pronunciándolas en perfecto inglés y francés.

(Valga la aclaración de los que hacemos este Blog, pero aquella gente tenía delante a un políglota, un maestro de la lengua, nada más y nada menos que a Ferrante Kramer. No había de qué asombrarse.... Pero, bueno, no era su culpa, lo ignoraban, como lo ignoró todo el mundo a lo largo de su vida.).
“¿No es por lo del pan lactal?”, insistía Demian, preocupado... “No, hombre!... Cálmese!... ¡No ha sentido hablar del Coleccionista”, inquirió Serling, de la INTERPOL...
“No, no sé nada... Me la paso solo, en la pensión, casi no salgo...”, respondió Demian, causando una profunda desolación en sus interlocutores, quienes se preguntaban íntimamente “… Qué pudo haberle sucedido a aquel hombre -si es que había sido en realidad tan notable escritor como se decía- para caer en semejante desgracia”... Todos ellos fueron invadidos de una profunda piedad cristiana. Ese sujeto ya había sufrido bastante, no tenía caso cargarle otro peso más a su penosa existencia.
Sin embargo, tampoco podían renunciar a atrapar al asesino... El dilema era terrible!... Hoy eran libros, pero mañana El Coleccionista podía recomenzar la pesadilla con cualquier otra cosa: estampillas, cuadros, pelotas de golf, alicates, lamparitas de 6 o de 9 voltios... Lo único seguro era ponerlo entre rejas, y para eso era necesaria la intervención de un hombre: Ferrante Kramer.

Fueron sinceros con él, le advirtieron de la peligrosidad del asunto. “El Coleccionista” no iba a venirse con chiquitas. Había que estar prevenido, podía atacar en el momento menos pensado. Y tratándose de Demian, el momento menos pensado duraba las 24 horas del día...
“Pero, si yo no tengo ningún ejemplar de la Biblia Peruana!... Bah!, siquiera tengo un Patoruzito... ¿Qué me va a venir a sacar ese Coleccionista?”, interrogó Demian, en clara proyección al momento en que se enfrentaría a su enemigo.
“My friend...Usted no será otra cosa que el anzuelo... Lo necesitamos para ganar tiempo, solamente para eso”, le dijeron... Y prosiguieron: “Cuando el Coleccionista lo visite, usted nos va a enviar un mensaje a través de este transmisor que le colocaremos en un sitio poco visible de su cuerpo; nosotros llegaremos en escasos minutos, y lo atraparemos, se lo aseguramos”.

Las inequívocas promesas de que su vida no correría peligro en ningún momento, sumadas al convincente argumento de que el asesino no lo mataría en tanto no tuviera en sus manos el ejemplar de La Biblia Peruana que tanto buscaba, convencieron al Peruano Dorado de contribuir con la noble causa ciudadana.
“Está bien, cuando comenzamos?”, preguntó Ferrante, entre atemorizado y motivado por “ser alguien” alguna vez. “Ya mismo”, respondió Riviere, “... Pero primero vayamos a comer algo, qué le parece Demian?”...

Continuará....

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