28 junio, 2007

El temple de un grande - Parte 1

Hacía muchísimos años que Demian no pisaba su Perú natal… Y no era para menos, su familia lo odiaba, especialmente su hermano Dionisio.

Las pocas veces que regresó a su tierra lo había hecho a escondidas, subrepticiamente, como un polizón; incentivado por algún trabajo temporal que finalmente terminaría en la nada, la promesa de un nuevo libro que jamás se editaría, o el llamado de alguna celebridad artística que simplemente lo confundía con otra persona.

Demian quería volver al terruño, pero no tenía motivos. Tampoco dinero, obviamente.

Pero quizás fue el destino el que hizo que se enterara por un tercero que alguien en Tumbes lo estaba buscando.

Christian Infante, sí… El mismo con el que jugaba en la ribera del Río Pizarro junto al malogrado Tito Cigala. Infante, sí, el mismo que casi le debía la vida al Peruano Dorado…

A través de un paisano, Ferrante Kramer tomó conocimiento de lo que parecía un sueño: Infante, ahora un poderoso acaudalado de la “Industria del Maní” en Perú, se preguntaba dónde estaría su querido amigo Demian, el que lo había salvado de morir, aquella vez cuando debió enfrentar solo al feroz lince que puso en riesgo su vida; dónde estaría para agradecerle y recompensarle en su justa medida…
Había llegado a oídos de Infante que Demian no estaba bien económicamente, y que se encontraba en Argentina. Y así fue que puso manos a la obra para hallarlo… Un año bastó para ubicarlo; los ricos lo pueden todo…

“Quiero que te vengas, Demian… Acá vas a tener de todo, querido amigo. Y no admito negativas!”, era todo lo que decía la carta que Silvio Delgado, el emisario, le entregó a Demian para que viera que no era broma…

Y Demian no podía decir que no. No por la amistad que los unía -apenas si recordaba su cara- sino por la afonía que tenía, producto del desgaste al que sometía a sus cuerdas vocales voceando diarios todo el día.

Así fue que Ferrante Kramer, devenido en canillita barrial -de algún modo ligado a las letras y el papel- parecía encontrar un camino hacia un futuro próspero, al menos mejor al presente que padecía.

¿Tendría Demian -ahora de la mano su compadre- alguna posibilidad de que su nombre volviera a la primera plana de los principales medios del mundo?

¿ Era Infante su Mesías personal, el que le devolvería la dignidad perdida?

Solamente el destino tenía la respuesta.

El encuentro entre ambos fue antológico…. Un Infante desbordado por la emoción, no salía de su asombro al ver a su “amigo del alma” bajar de Boeing 747 que lo había depositado en el aeropuerto de Lima.

Luego de más de una hora que demoró el check in del Peruano -lo habían confundido con un maletero del aeropuerto-, un abrazo interminable los unió a ambos. La voz emocionada de Christian no cesaba de repetir: “Te debo la vida, cobrate hermano, cobrate!!”, ante la estupefacción de sus guardaespaldas personales que nunca habían visto tan sacado de sí al “jefe”, como lo llamaban.

Demian pareció emocionarse también. Algunas imágenes viejas se le venían a la cabeza: Tito Cigala, Infante, la selva tumbesina, Huasago, las gallinas violadas, Rogelio el gorila, y el lince… Sí, “el lince”… Aquel que había querido atacar a su amigo, el mismo con el que había tenido que vérselas muchos años atrás.

Fue en ese instante que Demian salió del trance en que se hallaba… Entretanto, y un poco molesto, intentaba desprenderse del abrazo de Infante. Sucedía que recién se daba cuenta del porqué había sepultado esa parte de su vida, y de lo poco que recordaba el rostro de su amigo. Un escalofrío le recorrió la espalda; el miedo, como hielo, le invadió la dermis.

“Dios mío!”, gritó totalmente aterrorizado al recordarlo todo … A lo que los allí presentes acompañaron con vivas y aplausos, interpretando que aquellas primeras palabras de Demian, eran motivadas por la profunda amistad que el peruano sentía por su compinche.

“Vamos a casa, Demian… Tengo mil cosas que contarte. Pero quiero que tú también me cuentes algo.. Tú sabes, me refiero a aquello, a lo del “lince”, fue lo último que dijo Christian a un sorprendido Demian, antes de ingresar al Chrysler Pronto Cruizer que los aguardaba para llevarlos a la “Mansión Infante”, en las afueras de Lima.

Infante había llamado a Demian para agradecerle lo que había hecho por él, sin duda. Pero también había tenido otras razones… Nunca le había quedado claro cómo se desarrollaron los acontecimientos años atrás, cuando Demian y él salieron de caza aquella tarde. Infante se había desmayado del susto; la sola presencia del lince bastó para que cayera como una bolsa al piso.

Pero junto a él “estaba su amigo Demian”, su salvador, no se cansaba de contar Infante en las sobremesas. “…Cuando recobré el conocimiento presencié aquella escena que jamás olvidaré: Demian, cinturón en mano, sangrando y con las ropas rasgadas. A su lado, el lince muerto, despedazado… Y a lo lejos, algunas figuras de la fauna tumbesina -un león, un elefante y un gorila- dando testimonio de la dispar batalla de la que resultara vencedor mi amigo!”.

Christian estaba ansioso por sentir de la boca del Peruano Dorado aquella historia. Por agregarle los detalles, las piezas faltantes. Quizás como una manera de recrear la leyenda y elevarla a las alturas del mito…

Continuará…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué vida terrible la de este escritor peruano!!. No sabía nada de él hasta que di con vuestro Blog. Os felicito por recuperar la cultura hispana, aunque se trate de un imbécil como Ferrante!

Dolores Ordóñez
Vigo - Mortensen - España