18 junio, 2007

Sin fronteras - Parte 1

A mediados de los ’90, Ferrante Kramer estuvo a punto de abrevar de las mieles del éxito por primera vez. Y no se trató simplemente de una ilusión atribuible a su alucinada percepción, sino de una posibilidad concreta.

En aquella oportunidad realmente convergieron 3 factores trascendentes:

1). Un grupo empresario había puesto sus ojos en un artista latinoamericano: Ferrante Kramer

2). Había una razón por la que ese grupo lo había elegido a él y no a otro: la reedición de La Biblia Peruana, con una tirada inicial de 1 millón de ejemplares y relanzamiento simultáneo en Argentina, Perú, Colombia y Bolivia. Hasta se hablaba de la costa este de los Estados Unidos, por la profusa corriente latina que habitaba esos lares.

3). Aquel grupo empresario estaba dispuesto a financiar el emprendimiento. Más de 2 millones de dólares para la producción editorial, y regalías aseguradas por derechos de autor para Demian.

A simple vista, se trataba de la oportunidad buscada por el Peruano Dorado durante décadas. Y le llegó así, sin otra razón que el “fanatismo que profesaba por Ferrante el líder del grupo empresario, el orureño (Oruro, Bolivia) Valdemar Alonso Carreño”, quien no se refería al Coloso tumbesino de otra forma que con el apelativo de “Querido Maestro”.

Según decían en infidencia los hombres de negro que lo acompañaban –corpulentos guardaespaldas que no lo abandonaban ni un segundo-, el padre de Valdemar había leído en su niñez la obra cumbre de Ferrante Kramer, y no sería otro que aquel mágico libro del peruano el que lo habría llevado a amasar la fortuna que actualmente administraba su hijo.

¿Qué había encontrado Alonso Carreño padre en La Biblia Peruana para marcarlo tanto de por vida? ¿Qué contenía el epítome escrito por Demian para tener tanto valor para él?. Nadie tenía una respuesta a esas preguntas, todas eran incógnitas.

Al igual que su progenitor, Valdemar estaba fascinado con Demian… Casi era su lacayo. Rogaba en todo momento que Demian le diera su conformidad al proyecto, como si temiera una negativa del peruano. Y era razonable que pensara así; por sobre todo se trataba de un negocio, y del otro lado había una persona a persuadir. Pero lo que el orureño no sabía era que Ferrante estaba muerto de hambre, y habría cedido los derechos por tan solo un sánguche si ésa hubiera sido la oferta.

No obstante, la propuesta económica que estaba dispuesto a hacerle a Demian era muy superior. El peruano no tenía idea de que alguien pudiera apostar por él a semejante escala. Nadie que estuviera en sus cabales podía aventurarse con un fracasado como él. Sin embargo, Valdemar estaba dispuesto a darle a Ferrante U$S 5 por cada ejemplar vendido de su Biblia Peruana, lo que considerando solamente la tirada inicial, arrojaba la friolera de 5 millones de dólares.

Ferrante había visto por última vez un dólar en épocas de la edición de su libro en la imprenta de Santiago Dellorto, aquel empresario de Aldo Bonzi que lo había estafado. Habían pasado más de 30 años, ya casi no recordaba siquiera el color del billete.

Sí tenía en el recuerdo a aquellos muchachos que lo pasearon en el Fiat 128; aún no podía olvidar el mal trago de aquella noche. “Malos tragos”, solía decir el peruano entre confidentes...

La propuesta llenó de alegría a Ferrante. “Reeditar la Biblia Peruana, qué lindo!”, decía... “¿Y de quién es ese libro?”, agregaba riéndose como un nabo, ante la mirada absorta confundida de Valdemar y sus socios latinos que, por suerte, terminaban tomando las palabras de Demian en chiste y no como una “confesión de parte”, a decir por sus detractores quienes afirman que “La Biblia Peruana siquiera existió”.

Pero, más allá de todo, y por encima de fanáticos y objetores, lo cierto eran los hechos: aquel día, en la imprenta de propiedad de Valdemar, el propio Ferrante tuvo ante sus ojos cientos de miles de “tapas” duras de su libro, enfundadas en cuero de vaca de gamuza, y con impresiones en letras doradas... El peruano no podía sacar sus ojos de encima de aquellas tapas que salían una detrás de otra.

En ellas, repetidamente, como si se tratara de una sucesión indefinida de triunfos, reconocimientos y loas, Demian podía leer: “La Biblia Peruana”… Y al pie, su nombre... “Demian Ferrante Kramer”. Más abajo, “Editorial Sendero Blanco”.

El corazón le explotaba, y una lágrima de emoción ya había alcanzado la comisura de sus labios. “¿Llegó mi momento?”, reflexionaba... “¿Me habrán ungido de una vez y para siempre?”, mascullaba avergonzado. Los presentes no entendían bien lo que le sucedía…

Ferrante chocheaba, era un hombre grande y las emociones las vivía pródigamente.

Pero no se esperaba ni por asomo lo que le sucedería en apenas unos segundos… Valdemar se apartó del grupo, palmeó a Ferrante por la espalda, y le dijo “Venga Maestro, llegó el momento… Necesito su firma”.

Delante suyo, Demian tenía original y copia de un acuerdo de edición de un millón de ejemplares de su libro, con opción para 9 ediciones más –total 10 millones-, y con regalías aseguradas por cinco millones de dólares, tan sólo por la primera tirada.

Continuará…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que se viene una historia relacionada a Marco...de la villa 31. Algo huele mal...pobre Demian!!
El Cirujano

Anónimo dijo...

Soy Braulio Sopressatta de nuevo. Conocí a valdemar Alonso Carreño, el colombiano exitoso. Se vanagloriaba de la fortuna de su padre y de sus conquistas amorosas. Una vez presencié un comentario suyo acerca que se había acostado con Daryl Hanna, la famosa actriz de Hollywood... Lo llamaban "Polvo de estrellas" creo que por ese motivo.

Anónimo dijo...

Braulio Sopressata, como estas? soy Pernocto Bologgnesa, como van tus cosas..si te interesa la obra del peruano, te invito a participar de nuestras reuniones quincenales. Se hacen los domingos a las 7.00 hs. (AM) en plaza once, ya somos 2, con vos 3. Te esperamos.
PB