14 junio, 2007

La Sociedad Secreta de Lyon - Parte 1

Lyon, es la tercer ciudad en tamaño de Francia (luego de París y Marsella), y segunda área metropolitana, situada entre los ríos Ródano y Saona. Antiguamente conocida en castellano como León de Francia y durante el Imperio Romano como Lugdunum.

Allí vivió el Peruano Dorado durante varios años de su vida. Como era de esperar, no tenemos a ciencia cierta precisiones sobre cómo llegó allí, ni exactamente cuándo abandonó el país galo. Pero lo que si podemos aseverar -de acuerdo a las investigaciones desarrolladas por nuestro viejo conocido Casimiro Arenas- es que Demian, durante casi once meses a mediados de los 60, estuvo empleado como repositor primero y como encargado de repartos, después, de la sucursal Venisseieux de Carrefour en la ciudad de Lyon.

Hasta aquí, un dato intrascendente y sin color, de no ser por la historia que descubrió Arenas de esta simple anécdota.

La sucursal mencionada (una de las 6 que disponía en ese entonces el supermercado en Lyon) estaba emplazada en el coqueto barrio de Venissieux, sobre el boulevard Curie. Allí iba Demian todas las mañanas, y trabajaba hasta las 20 horas.
Se hacía llamar Demián (con acento en la "a") Ferranté con acento en la "e"; una estupidez fonética que lo hacia sentirse más afrancesado (1).

Una tarde noche, de marzo, Demian se aprestaba a realizar su última entrega del día, en el 696 de la Av. Chassagny. Nuestro héroe cargó el chango sobre su camioneta (primero limpieza y luego carnes y lácteos, como establecía el manual de procedimientos) y salió del garaje del hipermercado silbando una canción que con los años haría famoso el grupo musical gay Erasure: "Oh l´amour".

El transito en Lyon estaba particularmente atascado esa tarde, por lo cual Demian casi pisa a una adolescente en la esquina de Millery y la Ruta 86. En la brusca frenada, perdió de vista el papel de la entrega, pero no importó. Su memoria había retenido todos los detalles. Chassagny 969. Como el lector podrá observar, la memoria del peruano definitivamente no podía retener una secuencia de tres números corridos por más de veinte segundos.

Llegó Demian al 969 de la avenida Chassagny y sin percatarse del error de dirección tocó el timbre en una fastuosa mansión. Al ser increpado por el guardia de seguridad, en un francés paupérrimo atinó a decir: "Je viens de Carrefour...".

Se sorprendió al ver como rápidamente le abrían la reja, en tanto cuatro sirvientes españoles se acercaban hacia él propinándole una gran reverencia.

Uno de ellos estacionó la camioneta, mientras otros dos, más jóvenes y fornidos, comenzaron a descargar el pedido. Coronando aquella ordenada escena que semejaba un ballet, el ama de llaves tomaba a Demian suavemente del brazo y lo hacía ingresar a la casa.

Demian traspasó la cocina y el vestíbulo con la mujer, mientras intentaba no perder de vista la camioneta... Era su responsabilidad, por lo cual si algo le pasaba se lo descontarían de su salario, lo que significaba quedar encadenado de por vida a la empresa supermercadista habida cuenta de la miseria que ganaba.

De pronto, la mujer frenó bruscamente frente a una puerta de madera lustrada y se dirigió a Demian diciéndole en un suave español: “Siéntase cómodo, Monsieur, el resto de los invitados está llegando de un momento a otro”. Demian se quedó impávido sin tener claro a que estaba invitado; manoteó del bolsillo el recibo de la mercadería para que la mujer firmara, pero esta miró el papel y comenzó a reír, mientras se retiraba diciendo a media voz: "Ja,ja,ja...Que creativo lo de Carrefour!...".

Demian, entre confundido y sorprendido, ingresó al salón. Pudo comprobar que el ambiente estaba decorado con suntuoso gusto neoclásico, con cortinados en las paredes, y muebles de roble de Eslabonia. Del techo colgaba una imponente lámpara de mas de dos mil luces.

Sobre una de las paredes, una biblioteca con un sin fin de títulos prolijamente acomodados, como si nadie en décadas hubiera quitado uno de sus estantes.

Se acomodó en un sillón Luis XV de tapizado borra vino esperando a no sabía quién, y comenzó a picar de una bandeja que se posaba sobre una mesa lindera, unas frutillas y unas uvas que se notaban estaban previstas para matizar la espera. Y el aprovechó... sin tener en claro qué esperaba...
(1). Como Telerman
Continuará...

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