15 enero, 2008

El extraño caso de Abel Moreau - Parte 4

Una silueta de guardapolvo blanco –tan blanco como el pelo del conductor- los estaba esperando en el muelle. De brazos cruzados, parecía observar la entrada del bote con expectación, como si fuese un acontecimiento mayor…

- “Yo me encargo de la perra, tú ve con el doctor”, ordenó el guía. Demian no quería separarse de Fami, pero las cartas estaban echadas. Estaba del otro lado de su patria, vaya a saber uno en qué punto del mapa, siquiera si era Perú…

- “Esteee… Por favor, cuídela!.... Es lo que más quiero en la vida!”, suplicó el pequeño Demian. Nuevamente la sonrisa sardónica del conductor se dejó ver; a esa altura, Demian sabía que nada bueno estaba por sucederle, una sensación que no lo abandonaría el resto de su vida.

- “Oh, pero a quién tenemos acá??... El joven impaciente que no podía esperar por su perra!”, fue lo primero que dijo Moreau, a modo de descortés bienvenida. Demian captó al instante su ánimo…

- “Disculpe, doctor, pero yo ya estaba por irme de su clínica cuando su secretaria me dijo que atendería a mi perra Fami”, articuló Demian, a modo de excusa.
- “Sin embargo, no fue eso lo que me dijo mi asistente… Me contó que eras el hijo de alguien importante y que si no te atendía irías con la policía y no sé qué otra cosas más…”, recriminó visiblemente ofuscado el galeno.

- “No, señor, yo dije eso para que me prestaran atención y curaran a mi perra, nada más!... No soy nadie, siquiera en mi familia me tienen en cuenta. Somos 4 hermanos gemelos, igualitos... Paso desapercibido”, balbuceó Demian

No fueron piedad ni compasión lo que reflejaron los ojos del Dr. Moreau luego de oír la confesión del pequeño infante. A decir verdad, su rostro semejaba mucho más al de un corsario frente a su botín…

- “Ah!!... Mentiroso, el chiquitín (1)”, exclamó Moreau… “Ven pasa, voy a mostrarte lo que hago. Curaré a tu perra, te prometo… Pero vas a hacerme un favor antes… Favor con favor se paga, no es así, hijo?”, agregó…

La palabra “hijo”, tal el término con el que Moreau se dirigió a él, produjo en Demian un singular shock. No estaba acostumbrado a que lo llamaran así. En su hogar, habitualmente era “el imbécil”, “pelotudo, sal de aquí”, “nabo, plancha la ropa”, “bobo, destapa el inodoro!”… O el preferido de su hermano Dionisio: “Blando de mierda!.”

- “Dr. Moreau, cuente conmigo para lo que quiera. Si usted sana a mi mascota, yo seré su fiel servidor”, exclamó el peruano.

- “Sí, no me cabe duda que me vas a servir”, devolvió Moreau, “Me serás de invalorable ayuda”, dijo, mientras hacía pasar a Demian a una habitación extraña, que por su aspecto parecía ser un sitio de máxima seguridad…

Sin que Demian siquiera se percatara de ello, Moreau oprimió un botón, y una pared metálica se levantó. Tras ella, un vidrio, y más allá decenas de animales que el peruano desconocía. Todos ellos tenían una particularidad, y no era el color del pelo….

Continuará…

(1). Se cuenta que la frase del Koh-i-noor, “Poderoso, el chiquitín” es de autoría del propio Moreau, quien dedicó sus días en prisión a trabajar para un amigo argentino que tenía una agencia de publicidad

1 comentario:

©Claudia Isabel dijo...

ufff, terrible, que mal lo veo!