28 mayo, 2007

La noche de los bastones negros - Parte 1

Era sorprendente la capacidad histriónica que desplegaba aquel hombre ante esa muchedumbre enardecida. Seguro, soberbio, locuaz, cautivaba con su oratoria. Quienes pasaban por el lugar no podían evitar detenerse y escucharlo.

Se trataba de un dotado de la retórica, no cabían dudas...

Cada cual reclamaban lo suyo: “A mí, a mí!!”, unos... “No me dejes afuera campeón”, otros... La cuestión era que su propuesta llegaba como un mandato al que nadie podía resistirse.

Demian había abandonado las letras por aquel entonces.. “No pasa nada con los libros, a la gente ya no le gusta leer... Internet, las computadoras lo cambiaron todo!!!”, decía... Así, con desdén y un cierto dejo de bronca, Ferrante ubicaba la causa de su fracaso en la modernidad.

Por ello había decidido transformar su colosal don de escritor en “palabra viva”.

Pero no fueron la política ni la religión sus nuevas bases de trabajo, sino el “embuste”. Demian Ferrante Kramer, luchador incansable de nobles gestas a lo largo del mundo, defensor inclaudicable de los derechos de los niños y de los adolescentes, consejero espiritual de miles de almas perdidas -como él-... Sí, Demian Ferante Kramer, el mismo al que muy pocos conocieran como el Coloso, el Atila, o el Peruano Dorado, se había convertido en un embustero.

Su lengua no sería más el instrumento de goce de muchos... Ahora era un timador que a través del juego se aprovechaba de la buena fe de la gente, a la que sacaba sus ahorros bajo la falsa promesa de un futuro pletórico de riquezas y gloria.

Así, convertido en un bastardo seducido por el dinero, solía vérselo “operar” a la salida de la estación Ciudadela del ramal del ferrocarril Sarmiento, lado norte, justo frente al último cine porno del Gran Buenos Aires donde por las noches también sabía despertar sus solitarias pasiones. Allí Demian desplegaba su nueva maestría: el fraude.

Una práctica que no conocía de límites... Cualquiera podía ser su próxima víctima. El fracaso lo había envilecido tanto, que nada de sus antiguos valores quedaba en pie. Daban lo mismo jóvenes, discapacitados, ricos, pobres, comunistas o indefensas jubiladas; todos estaban a tiro para la próxima bribonada de Ferrante Kramer.

Y aunque las señoras del barrio bien habidas solían gritarle en ocasiones - “¿No le da vergüenza??.”- , Ferrante a esa altura tan sólo atinaba a contestarles con su clásica sonrisa, seguida de un “corte de mangas”, como queriéndoles decir “Chúpenme un huevo jovatas de mierda!!”.

Todo parecía indicar que Demian había finalmente triunfado. No como el lingüista que alguna vez fue, sino todo lo contrario... Como un delincuente.
Todo parecía indicar que el peruano era dueño de su destino. Con un negocio que marchaba gracias a la incredulidad de la gente, y ciertamente impune a la luz del apoyo que recibía de la policía local que veía en él una fuente segura de ingresos.

Pero, muchas veces el enemigo no se encuentra afuera sino dentro de uno. Cuando se tocó fondo y mal, como Ferrante lo hizo a lo largo de su atribulada carrera artística, los fantasmas del pasado golpean la puerta en busca de nueva diversión.

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