10 enero, 2007

La muerte, último recurso

A comienzos de los ’90, la Fundación DFK estaba totalmente quebrada. No entraba un peso, casi no quedaban socios, todo era un verdadero desastre. Habían cortado la luz y hasta embargado una vieja máquina de escribir en la que Ferrante había escrito La Biblia Peruana; uno de los acreedores de la Fundación pensaba sacar al menos unos 100 pesos de los miles que Walter Liberatti, presidente de la emérita institución, le debía por gastos de cerveza, cigarrillos y sánguches de miga.

Para colmo, algunos de sus miembros, no aceptando el final inevitable que sobre ellos se avecinaba, aún insistían con planes y teorías mesiánicas, en un último intento por cumplir el objetivo de la Fundación, y encumbrar de una vez por todas a la figura del Coloso de Tumbes al sitial de gloria que según ellos merecía.

En la discusión, Elio Dobetti, que hasta usaba barba y bigote a lo Ferrante Kramer, ya que decía que eso le daba “Ese aire intelectual que tanto les gusta a las minas”, entabló un duro diálogo con Esteban Nieto, Pro tesorero, quien le decía que se dejara de delirar con proyectos faraónicos, “Que no había un mango partido al medio!!”.

Dobetti se levantó, y así, caliente como estaba, al intentar putear a Nieto, cayó redondo al suelo. Se había infartado, estaba muerto.

“La puutaa madre, lo que nos faltaba!!”, bramó Liberatti... “Y ahora qué, hacemos!”, agregó al borde del colapso. “Hay que llamar a la familia”, sugirió Nieto, quien aún estaba consternado por el desenlace de su discusión con el occiso.

“No tiene a nadie, vivía solo y era soltera...”, balbuceó Liberatti. “Soltera?”, exclamó Nieto... “Sí, soltera, no te diste cuenta que el gordo se comía la bala?”, se despachó el Presidente, lo que dejó sin habla a todos por unos minutos.

“Sí, tiene razón Walter... Dobetti una vez me contó que no tenía parientes; llamemos al PAMI, y listo”, dijo Genaro Vergatiesa, quien se acopló a la conversación para no quedar como un pusilánime... Él era uno de los que se lo movía al gordo.

“Pero qué PAMI ni mierda!!... Éste no tenía obra social, era un croto, como la mayoría de los que estamos acá; un muerto de hambre que era socio de la Fundación sólo porque acá le dábamos mate y algo de morfar”, vociferó Liberatti, y se encaminó al teléfono para llamar a la policía.

“No anda, pelotudo!!, no te acordás que lo cortaron?”, gritó Medina, que hasta ese momento se había mantenido al margen, como expectante, acotando: “Tengo una idea... Y creo que es nuestra salvación.... Hagamos de esta crisis una oportunidad, como dicen los chinos!”.

El plan era simple: “Simular la muerte de Ferrante Kramer”, aprovechando el parecido del fallecido con el Coloso tumbeño. Pero no una muerte cualquiera, un suicidio. “Al mejor estilo de Alfonsina Storni, se acuerdan?”, sugirió entusiasmado Medina, quien especulaba que el “Maestro” tendría hasta un tema musical como el que le compuso Ariel Ramírez, y cantó la Negra Sosa.

Todos lo miraron, y más de uno comenzaron a prestarle atención a lo que hablaba Medina: merchandising, reedición de los libros de Demian, reportajes pagos, venta del remanente de estampitas de Ferrante producto de fallido plan para coronarlo santo de Villa Martelli... Todo sonaba a dinero, y nadie quería estar al margen.

Decididos a hacer de Ferrante Kramer un mito “bien valuado”, Medina ofreció su chata, una Chevrolet modelo’ 46, para trasladar el cadáver de Dobetti – bienvenido en Ferrante - hasta Mar del Plata, para arrojarlo a las aguas del Atlántico en su viaje final a la fama.

El gas oil alcanzó hasta Punta Lara, la primer playa bonaerense. No tenía el mismo nivel que la “Ciudad Feliz”, pero era más romántico que una muerte por inmersión en una pileta de lona o ahorcado en un poste. Antes de arrojarlo al mar, introdujeron dentro de sus ropas una vieja cédula, una cadenita suya con las iniciales DFK, y un ejemplar de la Biblia Peruana, con una leyenda que en su primera página rezaba: “Mi carne se va, pero quedarán mis libros”, frase ensayada por Liberatti, en un claro intento por comenzar una campaña de marketing de las obras de Demian, cuyos derechos detentaba la Fundación.

Durante el invierno, a Punta Lara no van ni los perros... Eso quedó confirmado a la semana, cuando aún ningún periódico ni noticiero hablaban del caso. “Se lo van a comer los buitres”, sentenció Vergatiesa, “Ya debe estar medio podrido”, agregó compungido.

Tanto alejamiento de las normas morales, y la falta de una cristiana sepultura, decidieron al grupo por denunciar anónimamente el hecho. Al día siguiente, los diarios de Argentina titulaban: “Hállese cadáver de Demian Ferrante Kramer en Punta Lara”.... “Habría sido suicidio por penurias económicas”, y hasta lo inevitable: “¿Quién es Ferrante Kramer?”.

Lo que no estaba en los cálculos de nadie, siquiera de los miembros de la Fundación que habían tramado el fraude, era que Demian se encontraba en Argentina por aquellos días... Y que casualmente, atendía un puesto de diarios en Medrano y Corrientes.

“Ése soy yo!!”, gritó Demian, al ver la portada de Clarín, en tanto el dueño de la parada se cagaba de risa pensando que se trataba de otro de los grandes “cuentos” del peruano. “No estoy muerto!!”, gruñó enfurecido Demian... “Esto no va a quedar así”, agregó totalmente enardecido.

Demian se presentó en su propio velorio, ante la mirada absorta de Liberatti, Vergatiesa y Medina, que denodadamente intentaban convencer a Ferrante que se retirara del lugar. El escándalo llamó tanto la atención, que intervino la policía y todos fueron detenidos. Confesada la maniobra por el grupo, Demian fue liberado por falta de mérito (1); los tres autores de la sustitución de identidad quedaron encarcelados a la espera de un juicio.

Y no fue todo malo para Ferrante. Finalmente, tuvo sus cinco minutos de gloria. Lo medios receptaron la noticia de su supuesto suicidio y le hicieron algunos reportajes por los que obtuvo alrededor de doscientos pesos, quizás el mejor cachet recibido por Demian en toda su carrera artística.

Y aquella profecía de Medina, la que incitara al grupo a cometer el delito: “Un tema musical al mejor estilo de Alfonsina y el mar”, de alguna manera se cumpliría.

A los pocos días, un oportunista dúo, compuesto por Ileana Calabró y su simpática pareja caracterizada como Demian Ferrante Kramer, cantarían “Estoy jamón, no mortadela”, una pegadiza cumbia que batiría records de ventas y los haría millonarios.

(1). Falta de mérito literario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué fracasado es este tipo!!. Pero es divertido. Desde Mexico, todos con Ferrante