10 noviembre, 2007

Mi lucha 100 % - Tercer Round

(Sugerimos leer previamente: Parte 1 y Parte 2)

- “El soñador de Martelli?”, preguntó Demian con voz emocionada. Quería decirlo fuerte, porque le parecía mentira. La misma Pantera le había ofrecido el puesto, y sin siquiera probarlo como gladiador de lucha libre. Pocos habían confiado en él así, de una... Y le estaba agradecido.

Entretanto, La Pantera daba indicaciones de conservar la vestimenta del Peruano Dorado para su rol protagónico sobre el Ring...

- “Lo quiero con esa camiseta de mierda toda agujereada, ese calzoncillo ridículo floreado, y esas pantuflas que lo hacen verse como un verdadero pelotudo... Lo quiero así, sin cambios”.

Si bien aquella actitud desdeñosa para con la vestimenta del peruano parecía contradictoria con su fascinación inicial, había que comprender que La Pantera, además de luchadora, era toda una “estratega del marketing”. Nadie mejor que ella para decir qué “look” era el más apropiado para que Demian se comiera al público. Nadie cuestionó sus órdenes; todo fue cumplido al pie de la letra, y se encargaron réplicas de cada una de las horrendas piezas de vestimenta del peruano: 10 pares de pantuflas, 10 calzoncillos floreados y 10 camisetas bombardeadas de agujeros.

Pronto el peruano entró en acción. Se enfrentaba todos los días, siempre alternando el contrincante para lograr estar en forma. Fue ahí donde todos vieron que Demian había nacido para el “catch”… Más bien, para el “catchetazo”…

El “Soñador de Martelli”, o mejor dicho Demian, era un paquete, no tenía remedio… Un pobre tipo, enclenque, debilucho que jamás sacaba una mano. En todas las peleas literalmente lo cagaban a trompadas. Ferrante era el hazmerreír; iba último en la Tabla de Posiciones y los chicos lo habían bautizado “La ameba”, porque siempre estaba arrastrándose.

No obstante lo humillante del personaje, Ferrante admiraba a su mecenas deportivo. Gracias a ella se llevaba casi $ 5 limpitos todos los días -descontado viáticos- y comenzaba a hacerse conocido por primera vez en el barrio. Hasta en la Fundación ya estaban pensando en instalar un gimnasio y dar clases de lucha libre.

Pero lo peor para Ferrante, su verdadero problema, no era ése. Era otro… El peruano se estaba enamorando de La Pantera, así de sencillo. De la admiración pasó a la devoción, y de allí al amor. Casi no podía ocultarlo o bien ya no quería hacerlo. Y había comenzado a insinuársele cada vez más, y a la vista de todos.

Intuitivo como era, el peruano presentía que detrás de tanta dureza y frialdad, había una mujer distinta, un corazón que reclamaba ser escuchado, un cuerpo que quería entrar en acción... Sabía que todo era cuestión de tiempo y paciencia.

Demian comenzó a perseguirla por todas partes. En el gimnasio donde practicaban, durante las giras, en el canal. Y ella a sonreírle, a ponerse colorada.

Demian empezó a acosarla como un lobo hambriento. Y ella a provocarlo cual Caperucita Roja... Faltaba una chispa tan solo para el incendio...

Hasta había una frase de Ferrante que se había hecho famosa: “Y... para cuándo mi función privada, baby?”, haciendo alusión a un encuentro entre ambos... Un encuentro que aún no se había dado en público, pero del que el Atila de Tumbes probablemente resultaría ganador. El día -o la noche, seguramente- de su consagración.

Y ese día llegó. De la mano de su habitual muletilla “Y para cuándo mi función privada, baby?”. Nada más que esta vez, el Peruano Dorado no recibió gestos ni respuestas evasivas, sino un claro y rotundo: “Para esta noche, Señor D”.

Fue todo lo que escuchó de su boca. La Pantera se dio media vuelta, y comenzó a alejarse dándole la espalda a Demian. El peruano no podía dejar de mirar ese trasero cincelado por la lucha que se bamboleaba a la distancia. Ese paquetito que sentía próximo y suyo, exclusivamente suyo....

Continuará...

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