02 noviembre, 2006

El niño santo

“Mamá, mamá!!.... Qué me está pasando??... Por favor, ayúdame mamá!!”, se oyó gritar a Demian aquella mañana de enero de 1945. El pequeño, de apenas 12 años de edad, se acercaba corriendo a la casa de los Ferrante Kramer en Tumbes como un bólido.

Sin hacer otra cosa que mirarse una y otra vez las palmas de sus manos, el gurrumín se arrojaba a la carrera sobre su madre quien sin entender mucho qué sucedía lo arropaba con sus brazos.

Preso del llanto y la congoja, Demian mostraba a Felisa las palmas de su manos sin pronunciar palabra. Corta de vista como era, no pudo darse cuenta de lo que su hijo le quería hacer ver. Pero su sorpresa fue infinita cuando ya dentro de la casa, y con sus lentes de mejor ver, apreció lo que Demian le indicaba aterrorizado.

En las palmas de sus manos, el impúber manifestaba unas extrañas llagas, como una quemadura. La piel se había desprendido, y dejaba salir un líquido acuoso, ambarino. Pero había algo más. En medio de esa fístula en ciernes, ya podía percibirse un tímido orificio, como si algo se encontrara clavado en su interior.

“Cómo fue que te pasó eso, Demian?”, inquirió vehementemente Felisa a su hijo, obteniendo como respuesta un cerrado silencio por parte del pequeño, quien no hacía otra cosa que arreciar su llanto cada vez que su mamá intentaba explicarse qué estaba ocurriendo.

Una vecina que había escuchado los gritos, más conocida como la “curandera del pueblo”, se acercó a ver a Demian, quedando semi paralizada al ver las manos del pequeño: “Santa María purísima!!”, dijo, en tanto practicaba la señal de la cruz y se arrodillaba delante del chico, como quien venera a un santo.

“Qué sucede Doña Eladia”, preguntó Felisa más desconcertada aún... “Por favor, hábleme!”, sentenció, mientras la tomaba de las manos en actitud suplicante: “¿Tiene algo malo mi hijito?!!”.

Eladia se deshizo en explicaciones sobre lo que creía que era. Entre tanto, Felisa no podía dar crédito de lo que escuchaba de labios de su vecina. Sin embargo, ya pasado el momento de la histeria inicial, y con el asentimiento del padre de Demian aún conciente antes de caer vencido víctima del alcohol, aceptaron el consejo de Eladia: “Felisa, te recomiendo ir a ver al padre Serafín... Estoy segura que él tendrá una respuesta mejor”.

Pero como reza el dicho: “Pueblo chico, infierno grande”, la noticia de las llagas de Demian ya había tomado estado público. A apenas horas de aquel incidente, quedaban pocos sin conocer el hecho y, mucho más, la imaginería popular se encontraba en plena ebullición: ya se hablaba del niño mágico, del sanador, de los estigmas del niño santo... Y hasta de algún que otro milagro: “Yo lo vi a Don Braulio besarle la fístula a Demian y salir caminando sin renguear... Y ustedes bien saben que Don Braulio es rengo desde hace años!!... Ese chico es santo, y es nuestro!!”, gritaba uno de los tantos embajadores de mitos del lugar.

Entretanto, el pobre Demian lucía cada vez más temeroso y callado, como si se sintiera culpable de lo que le pasaba, como si esperara un castigo en lugar de compasión.

Al día siguiente, el cura Serafín recibió al infante como si fuera el mismísimo Papa. Y caería él también preso del asombro: “Nunca vi algo igual... ni en Cádiz, en el caso de los Benjamines descalzos!”, confesó perplejo, rememorando un asunto similar en España. “Señora... daré inmediata intervención al Vaticano”, dijo dirigiéndose a Felisa, y agregó: “Creo que tenemos un niño santo en Tumbes!”. Al escuchar al párroco, los allí congregados explotaron de alegría, y llevaron en andas al espantado párvulo quien sollozaba y suplicaba que lo dejaran en paz.

Rápidamente, la iglesia local elevó a Su Santidad las pruebas categóricas de los padecimientos del pequeño. Fotos, grabaciones, lágrimas ... Y lo irrefutable, un hisopado de la herida para verificar la presencia de elementos característicos en este tipo de manifestaciones físicas.

La espera de los resultados fue interminable. Día a día se acercaban cientos de personas por la casa de los Ferrante Kramer, dejando ofrendas, que nada mal venían a la familia. Lechones, conejos, liebres, hortalizas, prendas de vestir y hasta alhajas, eran ornamentos habituales frente a la morada. Por su lado, en la Iglesia, Serafín no daba abasto con las consultas. Hasta tuvo que agregar un debate luego de las misas para contestar a sus fieles cómo andaba la investigación del Vaticano.

Para consternación de todos, finalmente los resultados llegaron. Y no fueron para nada los esperados. Las llagas no eran tales, y simplemente se trataba de una “...Inflamación severa, rayana con una quemadura, producto de la fuerte fricción de las manos con un elemento rígido, y que había devenido en infección por la acción de un microbio presente en la orina”, afirmaba la notificación papal.

Muchos de los presentes que escucharon las palabras de Serafin pescaron el tema al vuelo. Otros, los menos, todavía seguían preguntando: “Pero, el chico es santo o no?”. El cura continuaba leyendo el veredicto del Papa en silencio, sin contestar a nadie, en tanto su rostro se tornaba cada vez más colérico en la medida que avanzaba en su lectura.

“Felisa, debes vigilar más a tu hijo o su salud quedará severamente dañada”, le dijo a la madre de Demian tan furibundo como piadoso; “No lo dejes solo en el baño por mucho tiempo, y lávale las manos cada vez que entre o salga de él”. A esa altura, Felisa ya iba entendiendo lo que el padre Serafín, con disimuladas referencias, quería hacerle ver.

Demian quien presenciaba la escena, se dio cuenta que se venía una paliza. Que hubiera sido mejor hablar a tiempo, pero ya era tarde. El papelón estaba hecho, y pronto todo Tumbes se enteraría del verdadero origen de los estigmas.

Los biógrafos que defienden la honra de Ferrante Kramer afirman que su salida de Tumbes, a los 18 años, respondió a una necesidad de hallar nuevos horizontes, de encontrar un sitio que pudiera “Contener a semejante coloso cultural”. Sus detractores, en cambio, dicen que “Las pruebas está a la vista”.

Desde los 12 años, y hasta su partida, a los 18, Demian tuvo que soportar la burla de todos. “Largá la gallina, Ferrante” se convirtió casi en un dicho popular, cada vez que a un chico se lo encontraba en plena “Tocación” (así se le dice al manoseo genital en Tumbes), y la casa de los Kramer fue durante esos 6 años escenario de los más originales graffitis que la historia del arte urbano haya registrado.

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