Muchos nostálgicos de las series de TV de los ’60, ’70 y ’80, recordamos con cariño a doctores célebres como Ben Casey, Kildare o Quincy. Todos ellos tenían una característica común: eran buenos tipos, siempre hacían el bien a la gente.
Y quizás por ese tinte altruista y solidario que definía a aquellos personajes, Demian se había convertido en un fanático de los unitarios de TV estadounidenses, especialmente los ligados a la medicina, la carrera que Doroteo, su padre, hubiera querido que siguiera.
Pero muy a pesar de su progenitor, Demian, un transgresor nato si los hay, elegiría las letras. Veía en ellas un “porvenir asegurado”... Todo un visioanario, ya que la miseria y el hambre lo habrían de perseguir permanentemente a lo largo de su vida.
No obstante, con los años Demian comenzó a sentir que había contrariado el mandato paterno, y eso lo molestaba. Y quizás aquellos utitarios de televisión o practicar de vez en cuando la disección de algún sapo que cazaba para comer, le servían como tibio bálsamo para justificar haber desoído el consejo de Doroteo. Le permitían seguir fantaseando y decirse a sí mismo “Tan mal no estoy”, cuando todas las mañanas despertaba en su casa de cartón, bajo la Autopista 25 de mayo.
Y aún cuando la voz de su padre habría de sonar cada vez más frecuentemente en su cabeza: “Qué hiciste de tu vida, fracasado del orto!!”, Demian no reaccionaría una vez más... Continuaría trabajando de “3er. Heladero Suplente”, cargo al que lo habían ascendido luego de dos años de trabajo como mezclador de colorantes en la desaparecida cadena de helados Massera: “No está tan mal... Para el sánguche tengo!”, se diría para sí, condescendiente con el destino que le había tocado.
Sin embargo, no estaría dicha la última palabra. Como es característico que acontezca en su patética vida, nuevamente un simple hecho lo pondría en los umbrales de la notoriedad, a la puerta del ansiado triunfo.
Un mediodía de diciembre, Demian pidió que se le concediera una rápida salida de un par de horas, para ir al Hospital Durand a hacerse unos exámenes. La mala vida y una alimentación deficiente, habían comprometido seriamente su salud, y quería estar a pleno para las fiestas de fin de año, para entregarse nuevamente a los vicios de siempre, pero intacto.
Así, vestido con su clasico uniforme Massera de heladero, se dirigió a la carrera al Durand... El trámite fue corto. Tan sólo una extracción de sangre y algunas placas, y ya estaba en el pasillo. Aún agitado por la corrida, transpirado y medio aturdido por la extracción, erró la salida e ingresó a la Sala de Guardia. Fue entonces cuando lo sorprendió la voz de aquella mujer: “Gracias a Dios Doctor que ya está aquí”.
La señora lo había confundido con un galeno por su delantal blanco, apenas manchado con chocolate que semejaba sangre seca. Sin embargo Demian, mucho menos que disculparse por el error, levantó sus cejas en actitud desafiante, tosió levemente, e impostó ese gesto característico en él cuando se espera lo peor. Y era lógico.... La frase “Doctor” ya había hecho estragos en su vapuleada personalidad. Demian se encontraba nuevamente en las fauces del delirio místico, creyéndose alguno de esos personajes de TV a los que tanto había admirado.
La voz de su padre nuevamente: “No me defraudes esta vez, inbécil!”... La mujer acariciando embelesada la “M” del logo de Massera bordada en su guardapolvo blanco, confundiéndola con la de “Milagro” o “Médico”, terminaron de introducirlo en la dimensión desconocida. Y así fue que Demian se convertiría sin quererlo en lo que su padre añoró y no obtuvo en vida: ver a su hijo convertido en el “Dr. Kramer”.
Las curaciones que registra el Libro de Guardia de aquella jornada son suficientes para tomar cuenta de la magnitud de la obra del Coloso. Son apenas 6 citas, pero todas ellas de similar tenor: 1). Entrega de un papagayo a una mujer (según se supo luego, quien primeramente confundiera a Ferrante por un médico), 2). Toma de presión a un NN (más tarde se comprobaría que se había tratado de un cuerpo humano de yeso utilizado como ornamento del lugar), 3). Colocación de una inyección de hepatalgina (al muñeco anterior); 4). Solicitud de una botella de alcohol a Suministros (nunca encontrada); 5). Corte de uña encarnada (devenido en gangrena) y 6). Ingreso de un paciente con obstrucción intestinal.
Parace ser, según sus biógrafos, que fue esta última entrada a Guardia la que hizo volver un poco a la realidad a Ferrante: “No era fácil la cosa, era un asunto bien grosso!”, confesarían a la Fundación años más tarde. La cuestión es que Demian, notoriamente asustado, gritó por instinto: “A Cirugía”, y fue prestamente socorrido por dos enfermeras que obedecieron su orden de inmediato a la voz de “Sí, Dr. Kramer”.
Y cuando todo parecía que Demian abandonaría la impostura que había asumido, nuevamente aquella frase mágica, “Dr. Kramer”, lo proyectaría a las puertas del mesianismo y la locura. Como poseído, se colocó un barbijo, guantes de latex, y abriéndose paso al grito de “Soy médico, déjenme pasar!”, se encaminó con las manos en alto y mirada extraviada por el pasillo del Durand, con destino a la sala más traumática del hospital.
Pero Ferrante, aún en esos estados quiméricos, no era boludo. Cuando ingresó al recinto, la camilla, el instrumental quirúrgico y las luces lo amedrentaron, y optó por quedarse observando la intervención desde un rincón, como si fuera una eminencia en las sombras. El médico a cargo miraba a Demian como buscando complicidad entre pares, y le decía: “Pero fíjese doctor, a quién se le puede ocurrir simular un parto con un pescado... Qué pedazo de ...”, al tiempo que dirigiéndose a su paciente, le decía: “La próxima vez que juegues a dar a luz, acordate que las escamas se traban y que el bicho no sale con la facilidad que entra, entendiste?”. La víctima asentía con la cabeza entre sollozos y expresiones de dolor.
Finalmente, la operación concluyó con éxito... Pero Demian, que había presenciado todo, a esa altura ya se había dado cuenta que no tenía nada que hacer ahí, que ése no era su lugar. Estaba muy sobresaltado... Hacía más de tres horas que había salido de la heladería.
Y ya se aprestaba a salir de la sala cuando incorporaron boca arriba al sujeto intervenido.
“Gracias chicos... gracias!”, diría dirigiéndose a todos sonriendo. “No fue nada, pero no hagas más locuras Juampi”, lo reprendería el médico a cargo. En medio de tantos agradecimientos, le llegaría el turno a Demian, quien tendió su mano para estrechar la de Juampi.
Mientras tomaba su diestra, Juampi súbitamente clavó su mirada en Demian... Todos se quedaron como expectantes, al tiempo que observaban como el recién intervenido acariciaba la mano del peruano como preso de un trance: “Ay, ay, ay!!!, yo conozco a ese señor”, exclamaría con sorpresa. “Ferrante, son tuyos esos ojos, amor?... Dejame verte, sacate el barbijo, atorrante!”, agregaría sacado por la emoción.
El apellido “Ferrante” era harto conocido en el nosocomio, registraba más de veinte ingresos. Todos los presentes, incluidos otros pacientes que esperaban ser operados gritaron al unísono: “Ferrante???.... Demian Ferrante Kramer???”.
Así como había venido, pero más rápido, Demian escapó del Durand... Hasta se animó a gastarse la última moneda que tenía en un colectivo. Ya abordo, y sentado en el asiento de atrás, se sonrió. Lo había logrado.
Y por unos minutos, hasta que llegó a la parada de Cucha Cucha y Rivadavia donde debía descender, vendrían a su mente hermosas imágenes de su padre, feliz y orgulloso en el cielo. Y unas palabras que jamás olvidará: “Mi hijo el doctor, carajo!”
1 comentario:
Para cuándo el comic de Ferrante?. Mira que aquí en Perú escasean los ídolos, y Ferrante es el tío que necesitamos...
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