La reconciliación - Parte 4

Dionisio golpeó la puerta y se abrazó efusivamente con Don Horacio. Sus hermanos se sorprendieron, tratando de entender como había surgido esa relación tan extraña entre el primogénito y ese viejo mugriento.

Dionisio entró. Sus hermanos hicieron un ademán y saludaron con la mirada a Don Horacio, quien les devolvió el gesto con una sonrisa, mientras pensaba “Estos hijos de puta son todos re-parecidos. Todos iguales…” Casualmente, el mismo pensamiento que tuvo Félix el chofer de Dionisio en el aeropuerto de Tumbes.

- “Habitación 13, segundo piso”, había dicho Don Horacio cuando entraron. Hacia allí fueron los hermanos. Cuando estuvieron frente a la puerta, Dionisio golpeó. Una. Dos. Tres veces y no tuvo respuesta. “¿Estará?”, le preguntó a Don Horacio que se acercaba rezagado. “Si!”, dijo el viejo… “Llegó hace un par de horas, pero vino dado vuelta…”, ese último término tal vez más volcado al lunfardo que a la sinceridad, no fue comprendido por los hermanos de Demian que abrieron la puerta del cuarto para encontrarse con él.

La habitación estaba en penumbras. Sobre una mesa, varios libros, unos apuntes escritos de puño y letra, restos de comida. Contra una pared, había una especie de plancha de corcho con algunos recortes de diarios pegados con chinches (algo acerca de Bill y Belinda Gates que eran poseedores de un ejemplar de un libro incunable, un juicio inconcluso a Jorge Telermann por un gasto cuando fue intendente de la ciudad de Buenos Aires por la edición de un libro que nunca salió a circulación, y una declaración de Martín Scorsesse sobre un proyecto trunco), algunas fotos en las que se veía a Demian con Menem, con Jim Morrison, con Elvis…

- “Deben ser trucadas”, dijo Danilo, por lo bajo. “… Hoy con el Photoshop se hacen maravillas".. Hasta había una pequeña foto, arrugada y amarillenta que a los tres hermanos los enterneció. Seguramente tomada en Tumbes… Demian, de niño, abrazado a Fami, su fiel mascota, la perra colie que Dionisio en un pecado de juventud le sacrificó a escondidas.

Estaban en un lugar donde muy pocos habían llegado. En la intimidad del Peruano Dorado. Con la persiana cerrada no entraba mucha luz. Los hermanos pudieron reconocer que sobre la derecha, el bulto que estaba sobre la cama era Demian que roncaba estrepitosamente.

Dionisio tomó el papel de hermano mayor que le correspondía y se acercó y placidamente colocó su mano en la espalda de Demian, mientras suavemente dijo:

- “Demian…Demian…aquí estamos”

Continuará…

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