
Los rumores crecían día a día en el barrio. En todo
Villa Martelli, y especialmente en las cercanías de la
Fundación, no se hablaba de otra cosa.
La chusma estaba de parabienes.
Ramona Torres y
Ernestina Gálvez, dos sexagenarias cuyos maridos habían abandonado el mundo en que vivimos hacía años, ante la falta de otra actividad, compartían su tiempo al pedo
“escuchando” tras las puertas vecinas, o echando ojo a cuanto sucedía en la calle en los momentos en que todos creemos que nadie mira.
Y si no habían visto ni oído nada, eran las encargadas de sembrar el rumor y la difamación con sus inventos.
Pero aquella vez era cierto…
La historia era la misma desde hacía semanas… Y no parecía tener intenciones de parar. Por el contrario, crecía de manera descontrolada…
“Isabel Liberatti y Daniel Losasso, este último casi 40 años mayor que la CHUCHI -como la habían bautizado a ella- eran los protagonistas de la apasionada historia de amor que tenía en vilo a todos en Villa Martelli.”Sin embargo -como suele suceder en casos así-,
había alguien que no estaba al tanto de la situación…. Y no era Ferrante Kramer, como todos habrán pensado antes de leer esta frase, sino el propio padre de Isabel,
Walter Liberatti.
Abstraído por su obsesión de recobrar la presidencia de la Fundación -en manos de
Artemio Ferreyra por aquel entonces-, el viejo líder de la entidad defensora del
Peruano Dorado no hacía otra cosa que pergeñar algún nuevo ardid para que Artemio cometiera un error fatal del cual valerse para hacerlo caer en las próximas elecciones.

Y en pos de lograr su objetivo,
Walter ya tenía apalabrados a
Penetieso, Rizzi, Vergatiesa, Campos Anaya, el ruso Doremberg, Carpinelli, Sandro Dobetti, y contaba con el beneplácito de Demian, quien lo habría perdonado de su supuesta complicidad con
Dionisio -su temible hermano-, en lo que podría denominarse
“una conspiración en su contra”.
En medio de esa vorágine pro
“recuperación del poder”, Liberatti los tenía abandonados a todos. No hablaba de otra cosa que de su candidatura y de
“No me fallen, quiero volver!”, frase con la que solía despedirse al término de las reuniones sociales de la Fundación.
Fue una tarde de aquel caluroso verano de principios de los ’90, cuando luego de despedirse, los que se quedaron en la entidad no pudieron más…
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“Mirá, Carpinetti”, se escuchó de
Campos Anaya,
“… Ustedes saben que no soy el más indicado para hablar porque casi no vengo… Pero alguien tiene que sacarle la venda a Walter y decirle lo de Losasso!... Es una vergüenza, puede ser el padre de esa criatura!... O su abuelo”, bramó indignado.
Y aunque su prédica parecía sincera, de los presentes ninguno se tragaba eso de irle a Walter con la noticia de su hija Isabel…
La nena, de unos treinta y pico, era una
“Ferrari”, y sabían que
Campos Anaya hablaba de puro envidioso…. Que si hubiera sido él, el elegido por la nena de Liberatti, lo habría guardado bajo siete llaves para el secreto nunca viera la luz…
Más allá de la impostura de Anaya,
los restantes no escatimaron también en falsas constricciones y sentidas reflexiones sobre el deber, la amistad y los códigos que hay que respetar en casos así…
En medio del fragor del debate moral en el que se encontraban los 7 integrantes de la Fundación, nadie se dio cuenta de la presencia de aquel “octavo pasajero”, que irrumpía impertinente…
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“Qué pasa con la hija del jefe?”, se le oyó decir con inusual determinación...
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“Oh!!... Demian, sos vos?... Qué te trae por aquí?...Nesecitás algo, varón?”, lanzó todo junto un nervioso
Dobetti que, si para algo no servía, era para disimular….
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“Sandro, escuché, todo!... No te hagas el pelotudo, y decime qué pasa con Isabel!... Soy Ferante Kramer, o con quién te creés que estás hablando, infeliz???”, se le fue a la carga el Coloso…
Todos enmudecieron… Se hizo un silencio tal, que se habría escuchado el pedo de una mosca….
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