Walter tardó casi dos horas en volver en sí. Cuando lo hizo, estaba en un puesto sanitario de la policía bonaerense, a un par de cuadras del área donde se realizaba el desfile.
Estaba devastado. Este uruguayo desconocido lo había desairado y le dolía profundamente. Aunque ahí no estaba el problema. Más le había dolido el desprecio de Demian con quien el creía que Tapia había hablado por teléfono. Si efectivamente Ferrante estaba en conocimiento de esta agrupación en Uruguay… ¿Por qué nunca hizo comentario alguno?...¿Por qué nunca recurrió a ellos en los momentos mas duros, y ahora se hacía en desentendido, como dejándolo abandonado?.
Liberatti se sentía despechado. Hasta pensó volver a Martelli y renunciar definitivamente a cualquier vínculo con la Fundación Ferrante Kramer.
Como pudo volvió a la avenida principal. Al verlo, Tapia corrió hacia el..
- “Walter” -dijo- “Está usted bien?”
- “Sí, gracias. Ya llego Demian?", pregunto de bastante mal humor.
- “Esta en eso. Quiere acompañarme a recibirlo?, Por favor, hágame ese honor”..
Las palabras de Tapia sonaron como socarronas al oído de Walter.
- “Claro. Vamos cuanto antes”, respondió Liberatti. Si bien el uruguayo pensó que Walter estaba devolviendo cortesías, en verdad no quería otra cosa que encarar al Peruano Dorado para pedirle explicaciones.
De golpe, un zumbido lo saco de sus pensamientos. Un flamante automóvil Audi negro, reluciente, con vidrios polarizados, se detuvo frente a él.
- “Suba, Walter…Vamos al aeródromo”.
Liberatti subió. No podía más de furia. Ya en el interior del automóvil, Tapia indió al chofer el destino deseado y comenzó a hablar. Walter asentía sin escuchar. Solo tomaba algunos conceptos que no hacían mas que incrementar su úlcera.
- “Tenemos mas de doce mil socios… Que pagan una cuota social de… Semanalmente hacemos reuniones literarias, concursos, reuniones con personalidades políticas… Tenemos cuatro sedes: Montevideo, Pirlápolis, Punta del Este y Canelones… Entre las cuatro financiamos construcciones de museos, anfiteatros….”.
Walter no pudo más…
- “Dígame, falta mucho?”, lo corto violentamente. Tapia se dio cuenta que su relato, incomodaba al argentino…
- “Esteee… Ya estamos… En un par de minutos.”
El resto del viaje transcurrió en silencio. Walter volaba de ira. No podía entender como este peruano fracasado sabía de la existencia de toda esta movida en Uruguay, y siempre se mostró frente a él como un fracasado muerto de hambre. A tal punto que Walter, en más de una oportunidad, pensó en llevarlo a vivir a su casa para que no siga debiendo rentas al viejo nauseabundo de Don Horacio, el dueño de la pensión de Martelli.
“Estos, financiando construcciones en Uruguay en nombre de Demian y yo, llevándole milanesas a la pensión una vez por semana” pensó Liberatti para si.
De golpe el auto se detuvo. Walter bajó y vio frente a sí una avioneta Lear-Jet matricula FDFK-UY02. La escalera estaba lista. Walter vio como Tapia corría hacia la nave. De golpe, apareció el Peruano, vestido con un pantalón y una guayabera blanca de lino con un sombrero panameño y unos anteojos de carey marrones.
Liberatti casi se infarta. Desde donde el estaba, era Demian, pero algo raro pasaba, parecía él, caminaba como él, tal vez la furia no lo dejaba ver correctamente pero algo no andaba bien.
- “Demian…Demian…”, gritaba Tapia. Ambos se fundieron en un fuerte abrazo al pie de la escalera. Es más, a Walter le pareció ver desde su ubicación que ambos se besaron en la boca.
Evidentemente, algo estaba pasando. El peruano y el uruguayo se acercaron abrazados hacia el automóvil. Tapia se dirigió al Peruano.
- “Demian, te presento a Walter Liberatti, son seguidores tuyos de Buenos Aires, Argentina”.
Walter se acercó, pensando en partirle a Demian la cara de un golpe, pero se detuvo al instante. El peruano se arrimó a él con la mirada extraña, como no conociéndolo y le dijo despreocupado: “Hola… Soy Demian”.
Ahí, Liberatti se dio cuenta que algo extraño pasaba. Primero porque Tapia y Demian en un rincón no paraban de hacerse arrumacos, y por otro lado, porque de tantos años de estar junto al Atila Peruano, Walter sabía que Ferrante odiaba su nombre porque todo el mundo que no lo conocía lo llamaba “DAMIAN”. Para evitar ese furcio, él siempre se presentaba como “Ferrante Kramer”, a secas.
Le pareció extraño. Pero por un segundo pensó que había un complot. Que ese hombre que se hacía pasar por Demian, más allá de que poseía un parecido verdaderamente asombroso con el gran maestro peruano, era un impostor.
Continuará...
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