
- “Estoy repodrido!!... Me siento usado!... No sé si me podrán entender!”, y se despachó con un rosario interminable de lamentos y confesiones acerca de sus relaciones tantas mujeres.
Consumado su descargo, Dobetti, más fastidiado aún que antes, arremetió nuevamente contra Brizuela…
- “Pero a vos quién te entiende, hermano... No querés que encima las minas te garpen??”.
Fue entonces cuando a Ferreyra, el que más luces tenía, pareció alcanzarlo una idea, de esas que escaseaban en ese antro:
- “Che, Gris!!... Y si les cobrás?”, dicen que le sugirió a Brizuela.
Eran otros tiempos, y un hombre que le sacaba plata a una mina no era bien visto; algunos admiraban a los tipos así, pero hay que entender que la mayoría los desdeñaban porque los consideraban vividores y miserables.

Aquellas palabras de Ferreyra dejaron en todos los presentes un dulce sabor, como néctar. Incluso en Brizuela, que por primera vez sintió que su padecimiento genético iba a servirle para algo más que las burlas y pullas que acostumbraba escuchar: “Cebra”, “Medianoche”, “Biznique” o “Código de barras”.
A partir de ese día Ricardo Brizuela fue un héroe para la Fundación. Cuando la plata faltaba, allí estaba Brizuela con su billetera para pagar la luz, el teléfono, o su habitual bandeja de churros rellenos con dulce de leche.
El negro se había convertido en un titán, en un salvador que llegaría a dar hasta su vida para evitar el colapso económico de la institución... Así fue. Brizuela falleció fatalmente de un infarto de escroto en plena faena de salvataje, atendiendo a una vecina del barrio.
Doña “X”, así llamaré a mi entrevistada de hoy para preservar su honra y buen nombre, me relató de esta manera lo sucedido aquel día, años atrás: “… Fue una de mis peores experiencias con un hombre, fue horrible!!... Y de alguna manera me siento culpable de lo ocurrido por haberlo exigido tanto al pobre Brizuela... Yo siempre fui insaciable, quería más y más!!”, y agregó que “Nunca olvidaré la impresión que me dio verlo estallar en mi interior”.
Luego de conversar unas palabras más, las lágrimas se apoderaron de la señora y debí terminar el diálogo abruptamente. El recuerdo de Brizuela muerto, su imagen destrozada, fueron demasiado para la mujer. No era ya la jovencita alocada de aquellos tiempos, peinaba canas, y se quebraba fácilmente…. Aún a ella –la atorranta del barrio, como solían llamarla- le resultaba difícil rememorar lo vivido. Hasta yo, debo confesar, también me sentí profundamente conmovido.
Cuando la acompañaba hasta la puerta me retrasé unos pasos y la pude apreciar mejor...
Aún con sus años, aquella mujer todavía guardaba una figura increíble; estaba francamente muy buena. Fue en ese instante que decidí adelantármele, y franquearle la salida.
Estuve así un rato, sin decirle palabra, sólo mirándola, esperando el cachetazo. Pero no sucedió; por el contrario, me susurró al oído: “Sabés, nene, vos me hacés acordar mucho a Brizuela”. Y volvió a quebrarse a mis pies….
FIN