La hamaca cavilaba de lado a lado, al compás de la brisa.
Cual péndulo, hipnótica. Aquel verano se había tornado insoportable para él.
Como abstraído, entrecerraba sus ojos mirando a lo lejos, en un intento vano
por desentrañar alguna figura humana.
Demian estaba solo, como todos los veranos en la casa de su
tía Harriet, hermana de su madre Felisa. En el medio de esa nada, el peruano
aguardaba la presencia de quien sería su compañía por lo que restaba de ese
cálido y aburrido enero en Bassett, un pequeño pueblo de Dakota del Sur,
ubicado en la intersección de las rutas 7 y 20.
Junto a él, una vieja bicicleta con una sola rueda, que el
viento se encargaba poner en movimiento para regalarle el único sonido posible,
un chillido agudo e insoportable. Tan patético como aquella soledad. Más allá,
un viejo trineo, entretenimiento de vaya a saber quién, en los crudos inviernos
que castigaban la zona.
Harriet había salido un momento al pueblo, de compras.
Tardaría unas horas.... "Allí dejé preparándose tu merienda, Demian". dijo al despedirse. Demian había quedado a cargo de la casa. Bah!... a cargo,
es un decir. Como cualquier chico de 11 años, el peruano era tan solo una
presencia humana, en el mejor de los casos. Estaba ansioso, espectante. No sacaba su vista del
horizonte, como si de tanto mirar apurara al visitante esperado...
De pronto, el milagro se produjo. Alcanzó a divisar un
puntito en movimiento. Podía ser un perro, un jabalí, un búfalo... Pero, no, se
movía en línea recta hacia la casa, de manera inteligente y decidida, y su
forma no semejaba ningún animal.
Demian miró hacia la puerta y atinó a ir hacia ella, pero el
impulso le ganó la partida. Como una bala -algo premonitorio si analizamos su
paso por la vida-, corrió hacia aquella silueta que haría de sus tristes días
un parque de diversiones.
-
“Dionisio!”, gritó, y rompió ese pétreo y monótono
silencio
-
“Dionisio!!”, repitió con tanta furia que hasta pudo
escucharse un eco lejano, devolución de las formaciones rocosas que circundaban
el lugar
-
“Demian...”, se escuchó a lo lejos una voz seca y dura,
cuyo énfasis distaba mucho de la festiva bienvenida dispensada por el peruano.
Demian corrió presuroso. Su entusiasmo le impidió ver un par
que cascotes y unos yuyos que le provocaron un par de caídas y magullones en
aquella enloquecida carrera hacia su hermano. Pero no le importó. Se recuperó
de ambas como si nada le importara más que aquel muchacho, de 15 años, al que
iba a darle el más grande de los abrazos...
-
“Dionisio, hermano querido! Qué alegría me da verte!”
-
“Hola, Demian...”, se le escuchó, tan seco y parco como
antes. Sin vida, sin ganas, algo que Demian percibió de inmediato, aunque
disimuló con maestría.
-
“La tía Harriet no está, estoy solito!!..”, le informó
a su hermano... “Y estoy preparando el chocolate caliente que tanto nos
gusta!”, remató eufórico, entretanto intentaba tomarlo de la mano para llevarlo
a la casa.
Dionisio escondió la suya en un acto por demás descortés que
no le importó hacer manifiesto.
-
“Vamos, debe estar calentito ya!”, volvió a decirle,
cuando Dionisió comenzó a percibir un extraño y acre olor en el aire
Estarían a unos 500 metros de la casa, pero suficientes para
ver lo que estaba sucediendo. El humo y el hedor a madera quemada no podían
provenir de otro sitio.
-
“Demian, apagaste el fuego antes de salir de la casa de
tía Harriet?”, reclamó Dionisio sabiendo la respuesta.
-
“Esteee... Uh!!, me parece que se está quemando el
chocolate!. Desde acá se ve el fueguito chiquito de la hornalla"
-
“Pelotudo!... Las llamas chiquitas que ves tienen como
10 metros, es la perspectiva!!. Se está quemando la casa, sos un imbécil,
Demian y la p....!"
Demian se puso a correr como loco. Aquellos 200 metros no terminaban más. Dionisio blasfemaba e insultaba al pequeño Demian con todos
epítetos y neologismos dignos de una nueva revisión de la Real Academia.
-
“La casa, la casa”, gritó Dionisio, “Mis cosas, mis
juguetes, mi infancia!”, sentenció en medio de un mar de lágrimas.
-
“Uy!!, que cagada me mandé!”, sollozó Demian por lo
bajo, “Pero no te hagás tanto problema, que la bici estaba toda rota, tenía una
rueda sola...”, agregó a modo de consuelo un tanto pelotudo...
A Dionisio se le transformó el rostro. Algo pasó por su
mente... Y entre llantos, comenzó a revolver a su paso lo poco que quedaba de
la casa, hasta que vio el viejo trineo, ardiendo como una pira funeraria
-
“El trineo, el trineo!”, gritó y se ahogó por el
humo...
La última imagen que pudo ver de su querido juguete era su
nombre “Dionisio Ferrante Kr...”. El fuego ya lo había consumido el resto del
apellido....
-
“Mi trineo, mi trineo!,” repitió ritualmente...
Dionisio buscó a Demian con su mirada, quien corría
sonriendo con la vieja bicicleta caliente en sus manos, repitiendo “Te salvé la
bici, Dionisio, la bici, la bici!!”, como si se tratara de una patética réplica
del enano de la Isla de la Fantasía...
Demian sintió los ojos crispados de su hermano en los suyos,
y todo el odio. No comprendió porqué... Solo años después, viendo Citizen Kane,
de Orson Welles, tomaría cuenta de lo sucedido aquella tarde.